El principio, Jêrome Ferrari, p. 34
Me resulta difÍcil comprender qué
significa pensar, me cuesta comprender ya el lenguaje de los hombres más allá
del cual se extiende el principio, pero dado que hay que expresarlo en el
lenguaje de los hombres, lo haremos así: la velocidad y la posición de una
partícula elemental están relacionadas de tal forma que la precisión en la
medida de una comporta una Incertidumbre,
proporcional y perfectamente cuantificable, en la medida de la otra.
Si decidimos determinar
exactamente la posición, nuestra ignorancia de la velocidad se vuelve
literalmente infinita, cosa que no
significa que esa velocidad exista y que no la conozcamos sino que el concepto
de velocidad queda en tal caso desprovisto de un sentido preciso.
Si determinamos la velocidad, lo
que se vuelve impreciso es la posición, como si el electrón se extendiera en el
espacio para llenarlo enteramente, hasta sus menores rincones.
La velocidad y la posición son
por lo tanto puras virtualidades que solo adquieren más o menos realidad
objetiva en el momento de la medición, y nunca a la par.
Pero lo que el lenguaje de los
hombres expresa con tanta torpeza se puede comprender de inmediato en una
ecuación de una concisión y de una simplicidad tales que ocultan la toxicidad de
la misma. Puesto que mucho antes de tomar la forma de las desigualdades
matemáticas a las que debe su incomparable belleza, el principio consistió
primero en su convicción de que nunca llegaremos al fondo de las cosas, no en
virtud de una maldición o de la debilidad de nuestras facultades, sino por la razón
definitiva y radical que, justo antes de despedirse de mí, la joven profesora,
tendida hacia mí por encima de la mesa que me protege de su furor y de su
indignación, me revela en ese instante: porque las cosas no tienen fondo.
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