Fin de semana en Nueva York, Josep Plá, p. 29-30
La comida, la siesta (que
aprovecho para leer un poco), las conversaciones que me depara el azar, la
contemplación del mar al atardecer, las puestas de sol, el crepúsculo, la cena,
el bar. Como puede apreciar el lector, el dolce far niente es absoluto. Por eso
son tan saludables las travesías por mar. No se puede pedir más: la relajación
es total. Por otra parte, el camarote, que dispone de un magnífico sistema de
aire acondicionado, es acogedor y se está en él muy a gusto. No recuerdo haber
pasado unos días de canícula más frescos y agradables que los de estas
singladuras atlánticas. En realidad, la única obligación importante es ir
atrasando el reloj a medida que avanzamos hacia poniente y según la situación geográfica
en la que nos vamos encontrando sucesivamente. Pero, como nunca he tenido
reloj, estoy liberado incluso de esta obligación.
Así pues, vamos descansando ...
Realmente soy de los que creen
-por la experiencia de este y de otros desplazamientos- que se puede descansar
en el curso de un viaje por mar. Claro que descansar es también otra idea
subjetiva, muy personal. En realidad, los únicos seres susceptibles de
descansar son los que han nacido absolutamente descansados. De todos modos, en
un barco se pueden hacer tres cosas que descansan realmente ... sobre todo si
se ha conseguido vivir en cierto aislamiento. Estas cosas son: mirar el mar,
mirar la larga estela de espuma que deja el barco y contemplar las puestas de
sol. Son cosas que descansan no solamente porque son tres espectáculos
gratuitos, sino porque infunden en el espíritu una situación de calma que encaja
divinamente.
El mar es inasible. Cuando uno
intenta adjetivado de la mejor manera que sabe, aparecen indefectiblemente, en
la punta de la pluma, los adjetivos de los románticos: el mar inmenso,
ilimitado, la calma inefable del mar, la luna en el mar, el mar tempestuoso,
que es cuando le pone a uno los símbolos genitales por corbata. Pero después de
formular estos lugares comunes y algunos
más, pocos, y el repertorio se agota, resulta que no hay nada más que decir y
la decepción es total.
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