En Nueva York la gente tiene la
obsesión del paquete, del envoltorio, generalmente admirable, muchas veces
aparatoso, que envuelve la cosa comprada o recibida. Hacer paquetes, buenos
paquetes, perfectos, admirables, es una cosa típica de la civilización burguesa
y, por lo tanto, ésta es una cosa típica de los americanos -que, en definitiva,
son unos señores que se han tomado a su clase en serio--. En Europa el burgués
ya no tiene fuerza siquiera para llamarse burgués. Es un ser humano que se
avergüenza de ser de su clase, que no se atreve a llamarse burgués, que tiembla
ante un tipo cualquiera que, por estar muerto de hambre, le ridiculiza. La
burguesía europea no es ya ni carne ni pescado: a veces, generalmente, es socialista;
otras veces, muerta de miedo, defiende una fórmula mágica de política
cualquiera. Este estado de espíritu ha contribuido a su definitivo
arrasamiento, porque ha sido arrasada por la derecha y por la izquierda. La
falta de autenticidad de la burguesía ha creado la Europa ficticia que estamos
contemplando, si se exceptúa Inglaterra, que se está formando como un nuevo
país, y la Alemania occidental, que por el mero hecho de tener un Ministerio de
Economía liberal, ha creado una recuperación inmensa. Y Suiza, desde luego, que
es el último país de Europa en que existen burgueses auténticos.
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