De El balcón en invierno de Luis Landero, p.174
Daba miedo pensar en esas cosas.
Si tú dejabas un pelo de vaca en el charco de lluvia formado en la pisada de la
vaca, a los quince días el pelo se había transformado en un ser vivo, una
pequeña y delgada culebra del tamaño del pelo. No eran supersticiones ni artificios
de brujos, no, eso lo habían visto con sus propios ojos mi tía Santa y mi primo
Paco (mi tío Ignacio no quiso nunca participar en el experimento porque era muy
perezoso para moverse y prefería quedarse junto a la lumbre, pero atestiguaba
el prodigio con la autoridad que le otorgaba su sabio laconismo). El que no lo
creyera, que hiciese la prueba y se convenciera por sí mismo.
¿Y la víbora? Eso también lo
habían visto muchos, no se iban a poner todos de acuerdo en la misma mentira.
La víbora, cuando va a beber, deja antes el veneno a buen recaudo en una piedra
limpia para que no se le mezcle y se le rebaje con el agua, y después de beber
vuelve a la piedra y recoge su veneno. Pero si entretanto tú vas y le pisas y
le estropeas el veneno, ella entonces se pone rabiosa, enloquece, y se da de latigazos
contra el suelo, y se retuerce, echando espuma por la boca, hasta que se le
parte el espinazo y se acaba muriendo. Y todo porque, sin su veneno, a la víbora
no le sale a cuenta vivir. No le sale a cuenta. O, por ejemplo, el toro bravo.
Si lo atas a la sombra de una higuera, en pocos días se vuelve manso como un
perro. Y el que planta un laurel, muere joven, eso también está demostrado
desde antiguo. Como también es un hecho que en el campo las noticias se
difunden con mucha rapidez. Todo se sabe en el momento. Por ejemplo, si se
produce alguna novedad, el grillo y el pájaro carpintero la trasmiten por
telégrafo a un viejo búho, que tiene su casa y su oficina en un olivo, y que con
un parpadeo que le coge toda la cara se da por avisado, y con sus gritos pasa
la información a un tejón que acaba de
abandonar su cubil, o a una liebre que va ya con retardo a su casa. Los
animales, entre ellos, tienen también sus coloquios, sus secreteos y
cambalaches.
Sí, el mundo era todo él un
misterio. ¿por qué se destronan los gallos?, ¿por qué las hormigas saben de las
tormentas y los caballos de los terremotos? (Por qué la ortiga no te pica si no
le tienes miedo? Y eso por no hablar de los lobos. El lobo, solo con la mirada,
ya hace daño. Fulmina, sentenciaba tío Ignacio. Hay quien se queda mudo, o
tonto, o se echa a llorar.
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