29 DE JULIO DE 2008
El verano ha sido largo, y aún no
ha terminado. El 26 de junio acabé la primera parte de la novela, y desde entonces,
hace más de un mes, tenemos a Vanja y a Heidi en casa, sin ir a la guardería,
con roda el trabajo extra que eso conlleva. Yo nunca he entendido lo de las
vacaciones, nunca he sentido necesidad de tenerlas, siempre he preferido
trabajar. Pero si hay que tener vacaciones, las tengo. Pensábamos pasar la
primera semana en esa pequeña cabaña que Linda insistió en comprar en una
huerta comunitaria el otoño pasado, con la intención de que fuera en parte un
lugar donde escribir, y en parte donde pasar los fines de semana. Pero a los
tres días nos dimos por vencidos y volvimos a la ciudad. Meter a tres niños
pequeños y dos adultos en una superficie muy limitada, con gente rodeándonos por
todas partes, sin otra cosa que hacer que arrancar y cortar la hierba, no es
precisamente una buena idea, sobre todo si la atmósfera reinante ya es tensa
antes de instalarse. Tuvimos varias discusiones muy subidas de tono en ese
lugar, sin duda para gran diversión de los vecinos, y la sensación que me
producían esos centenares de jardincitos decorosamente cuidados, con todas esas
personas viejas y medio desnudas, me hacía sentirme claustrofóbico e irascible.
Los niños captan rápido esas situaciones y luego las aprovechan, sobre todo
Vanja, que reacciona casi al instante a cualquier alteración de tono o volumen de
la voz, y si la cosa va a más, se pone a hacer lo que sabe que
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