De La fiesta de la insignificancia de Milan Kundera, p.109-110
-La gran idea de Schopenhauer,
camaradas, es la de que el mundo no es más que representación y voluntad. Eso
significa que, tras el mundo tal como lo vemos, no hay nada objetivo, ninguna «Ding
an sich» y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real,
debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá.
Zhdánov protesta tímidamente:
-ilósif, el mundo como
representación! Toda la vida nos has obligado a afirmar que era una mentira de
la filosofía idealista de la clase burguesa.
-¿Cuál es, camarada Zhdánov –contestó
Stalin-, la primera propiedad de una voluntad?
Zhdánov calla y Stalin responde:
-Su libertad. Puede afirmar lo
que quiera. Dejémoslo. La verdadera pregunta es ésta: hay tantas representaciones
del mundo como hay personas en nuestro planeta; eso crea inevitablemente el
caos; ¿cómo poner orden a ese caos? La respuesta es clara: imponiendo a todo el
mundo una única representación. Y sólo se puede imponer gracias a una única
voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de todas las
demás voluntades. Esto es lo que he hecho mientras las fuerzas me lo han
permitido. iY os aseguro que, bajo el dominio de una gran voluntad, la gente
termina por creer cualquier cosa! iOh, camaradas, cualquier cosa!
Y Stalin rió, con felicidad en la
voz.
Al acordarse de la historia de
las perdices, mira con malicia a sus colaboradores y, en particular, a
Jrushchov, bajito y rechoncho, que en aquel instante tiene las mejillas
enrojecidas y que se atreve, una vez más, a mostrarse valiente:
-No obstante, camarada Stalin,
aunque entonces se creyeran cualquier cosa que proviniera de ti, hoy ya han
dejado de creerte del todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario