De Orlando de Virginia Woolf, p.122-123
Se estaba poniendo algo más
modesta, como la mayoría de las mujeres, de su inteligencia; un poco más
vanidosa. Como la mayoría de las mujeres. de su persona. Ciertas sensibilidades
aumentaban, otras disminuían.
Algunos filósofos dirán que el
cambio de traje tenía buena parte en ello. Esos filósofos sostienen que los
trajes, aunque parezcan frivolidades, tienen un papel más importante que el de
cubrirnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que tiene de nosotros
el mundo. Por ejemplo, bastó que el Capitán
Bartolus viera la falda de Orlando, para que le hiciera instalar un toldo, le
ofreciera otra tajada de carne y la invitara a desembarcar con él en su lancha.
Ciertamente no hubiera sido objeto de estas atenciones si sus faldas, en vez de
ahuecarse, se hubieran pegado a sus piernas como bombachas. Y cuando somos
objeto de atenciones debemos retribuirlas. Orlando había saludado, había
aceptado, había halagado el humor del buen hombre: lo que no hubiera sucedido si el capitán en vez de
pantalones hubiera llevado faldas, y
confirma la tesis de que son los trajes los que nos usan, y no nosotros los que
usamos los trajes: podemos imponerles la forma de nuestro brazo o de nuestro
pecho. pero ellos forman a su antojo nuestros corazones, nuestras lenguas, nuestros
cerebros: A fuerza de usar faldas por
tanto tiempo, ya un cierto cambio era
visible en Orlando; un cambio hasta de cara, como lo puede comprobar el lector
en la galería de retratos. Si comparamos el retrato de Orlando hombre con el de
Orlando mujer, veremos que aunque los dos son indudablemente una y la misma
persona, hay ciertos camiblos. El hon1bre tiene libre la mano para empuñar la espada,
la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira
el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus
gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal
vez, si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista
hubiera sido igual.
Tal es el parecer de algunos
filósofos, que por cierto son sabios, pero nosotros no lo aceptamos. Afortunadamente, la diferencia de los
sexos es más profunda. Los trajes no son otra cosa que símbolos algo escondido
muy adentro. Fue una transformación de
la misma Orlañdo la que determinó su eleeción
del traje de mujer y sexo de mujer. Quizá al obrar así, ella sólo expresó
un poco más abiertamente que lo habitual
-es indiscutible que su característica
primordial era la franqueza- algo que les ocurre a muchas personas y que no manifiestan. De nuevo nos encontramos ante
un dilema. Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que
no oscile de un sexo al otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o
mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista. De
las complicaciones y confusiones que se derivan, todos tenemos experiencia;
pero dejemos el problema general y limitémonos a su operación en el caso
particular de Orlando.
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