De Un hombre enamorado de KO Knausgard, p.352
Al día siguiente volví al
despacho y seguí escribiendo la historia sobre Ezequiel que había iniciado,
para intentar convertir el material sobre ángeles en una historia, como Thure Erik
había sugerido, y no sólo un repaso ensayístico de los ángeles como fenómeno.
Las visiones de Ezequiel eran grandiosas y enigmáticas, y la orden del Señor de
que se comiera el libro enrollado para convertir así las palabras en carne y
hueso, me resultaba completamente irresistible. Al mismo tiempo, aparecía en la
escritura el propio Ezequiel, el profeta enajenado con sus visiones
escatológicas, rodeado de la vida cotidiana de los pobres, con todo lo que ello
conllevaba de dudas, escepticismo y repentinos cambios entre el interior de las
visiones, en las que los ángeles arden y los seres humanos son objeto de una
matanza, y el exterior de las mismas, donde aparece Ezequiel con un ladrillo
que se supone que es Jerusalén, dibujando figuras que pretenden ser ejércitos,
alcázares y parapetos, todo por orden del Señor, delante de su casa, ante los
ojos de los hombres de la ciudad. Los detalles concretos de la resurrección: “¡Huesos
secos, oíd la palabra de Yahvé. Así dice el Señor Yahvé a estos huesos: Yo voy
a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis. Y pondré sobre vosotros
nervios, os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel”. Y entonces
cuando está concluido: “Revivieron y se pusieron de pie, un ejército grande en
extremo”
El ejército de los muertos.
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