De El balcón en invierno de Luis Landero, p.58-59
gato, a pobres hervores de
cocina, a caramelos medicinales, a ambientador barato de cine, a colillas muy chupeteadas
y apuradas y a tabaco rubio americano, a los cables eléctricos recalentados de
los tranvías y a gasolina mal quemada, a todo eso olería en aquella noche de
verano de hace ya tantos años. Enfrente, todavía iluminadas sus ventanitas de
cristales por una luz pobre y sucia, estaba el quiosco del señor Emilio, donde
yo compraba cigarrillos sueltos y alquilaba por 50 céntimos novelas policíacas
y del Oeste, además de todo tipo de tebeos. Aquellas eran casi todas mis
lecturas de entonces.
Ahí en la Central tienes un buen
sueldo y un buen futuro. Ser oficinista es bonito. Es un trabajo fino y para
toda la vida. iCuántos quisieran!
Yo ganaba 2400 pesetas al mes.
Entonces, el sueldo mínimo era de 1800 pesetas, una gabardina costaba entre 250
y 300 pesetas, el periódico, 2 pesetas, un cigarrillo rubio americano, 1,20 o
1,50, imposible acordarse.
Yo tenía ya para entonces algunas
experiencias laborales. Como era muy mal estudiante, y para que comprobase por
mí mismo lo duro que era ganarse la vida,
a los catorce años mi padre me sacó del colegio y me puso a trabajar de chico
para todo en una tienda de ultramarinos que había junto a la plaza del Marqués de
Salamanca. Eran unas mantequerías de lujo, acordes con el barrio, muy grandes,
impresionantes en la presentación y abundancia de los productos. Y qué de cosas
había allí. Cosas que yo no había visto nunca, ni imaginado, y que ni siquiera
conocía de oídas, acostumbrado como estaba a las austeras comidas campesinas del
pueblo y a las menesterosas y nutritivas de Madrid. Muy bien expuestos tras las
amplias y luminosas vitrinas acristaladas de los mostradores, había cortes
maravillosos de ternera asada, de rosbif, de chuletas de Sajonia, de salami, de
sobrasada, de butifarra, de jamón de Parma y de Virginia, de asado de gallo
relleno de bogavante, de mortadela, de pavo con melocotones, con pistachos, con
arándanos, con bayas de mirto, con trufas, con ciruelas y piñones, con setas, y
había todo tipo de salchichas, de Viena, de Frankfurt, de Lyon, de Bolonia, de
hígado con hierbas, y todo tipo de pasteles y hojaldres, de carne, de merluza,
de berberechos, de langosta, de pulpo, de aguacate con gambas, de sesos de
liebre, de mollejas de alondra, de fricasé, de sardinas con salsa de ostras, y
una sección sola para los encurtidos, y otra para los quesos, que los había de
todo el mundo, y otra para las especias, y aquí y allá se leían, finamente
caligrafiados a mano en las etiquetas, sabores impensables, vinagre de
violetas, de frambuesa o de menta, castañas en almíbar de tomillo, cangrejos
con rosas glaseadas, pepinillos aromatizados con manzanas agridulces y lágrimas
escarchadas de jazmín, faisán con mermelada de cebolla, sopa de galápago con
huevos de codorniz, perdices con chocolate, tuétano de jabalí con ajo
confitado, y por todos lados variedades infinitas de conservas, de escabeche,
de ahumados, de salpicones, de canapés, de salsas, de zumos, de helados, de
pasteles, de dulces
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