De Zuckerman encadenado de Philip Roth, p. 299-300 (Círculo)
Escribir la última página de un
libro era lo más que se había acercado nunca a la condición sublime. y llevaba
cuatro años sin sucederle. Ni se acordaba ya de cuándo había escrito por última
vez una página legible. Con el collarín puesto, el espasmo de la parte alta del
trapecio y el dolor agudo a ambos lados de la espina dorsal le hacían difícil
incluso escribir un sobre a máquina. Cuando un ortopeda del Mount Sinai atribuyó
sus molestias al hecho de llevar veinte años martilleando una portátil, lo
primero que hizo fue comprarse una IBM Selectric; y, sin embargo, al llegar a
casa y hacer el intento de ponerse a trabajar descubrió que con aquel teclado
IBM del que no tenía costumbre le dolía tanto como con la última de sus
pequeñas Olivetti. Le bastó con poner los ojos en la Olivetti, arrumbada en una
asendereada maleta, al fondo del armario de su dormitorio, para que lo inundara
la depresión, como seguramente le ocurriría a Bojangles Robinson nada más mirar
sus viejos zapatos de baile. Con lo fácil que le resultaba, en sus tiempos de
hombre sano, apartarlo todo y hacer sitio en la mesa de trabajo para comer o
para tomar las notas o para leer un rato o para ocuparse del correo. ¡Cuánto le
había gustado, en tiempos, llevar de un sitio para otro a aquellas silenciosas
compañeras de trabajo, que nunca se quejaron de nada, a pesar de las tremendas
palizas que les pudo dar desde Jos veinte años en adelante! Allí estaban ellas,
mientras él pagaba las pensiones a sus mujeres y contestaba a sus admiradores,
allí estaban ellas para que él apoyara la cabeza a su lado, cuando le abrumaban
la belleza o la fealdad de Joe Bill Bojanglts Robinson (1878·1949). Bailarín y
showman de raza negra, famoso, que acababa de escribir, alli estaban mientras
escribió cada una de las páginas de cada uno de los borradores de las cuatro
novelas que hasta ahora llevaba publicadas y de las tres que hablan ardido en
la hoguera ... Si Olivetti pudiera hablar, dejaría en cueros al novelista. De
la IBM recetada por el primer ortopeda, en cambio, no recibía nada: sólo un
zumbido de autosuficiencia, puritano, profesional: soy una Correcting Selectric.
Nunca hago nada mal. No tengo ni la menor idea de quién puede ser el tipo que
tengo sentado delante. Y, por la pinta, tampoco parece que la tenga él.
No era mucho mejor escribir a
mano. Ya en los buenos tiempos de antaño, cuando trasladaba la mano a lo ancho
de la página, lo que parecía era un
individuo muy valiente y muy decidido, tratando de acostumbrarse a un miembro
artificial. Tampoco es que los resultados fueran muy fáciles de descifrar.
Escribir a mano era su práctica más torpe. Le salía mejor bailar la rumba que
escribir a mano.
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