ISLA DE MEMORIA
En febrero de 1983 el escritor
José Bergamín me contó que durante su infancia había visto en el Parque del
Retiro de Madrid, ciudad donde había nacido en 1895, unos indígenas enjaulados
-tal vez indios amazónicos- que eran la principal atracción de una exposición
sobre las antiguas colonias americanas. Creo que el relato de Bergamín incluía
también la noticia de que, terminada la exposición, los indígenas no habían
sido devueltos a su lugar de origen, sino que se habían quedado varados en Madrid,
protegidos por alguien que les procuró comida y vestido y trató de adiestrarlos
en las costumbres de la metrópoli, pero de esta parte, como de la triste suerte
que corrieron luego, no estoy ya seguro. Mi recuerdo es el recuerdo de un
recuerdo recordado, la distorsión de una distorsión, una isla de memoria ajena
que he hecho mía por la impresión que me causó. Es seguro que olvido detalles y
que he adulterado otros. Las razones por las que se fijó en mi memoria -el
trato animal dispensado a seres humanos, la empatía hacia quienes habían sido
usurpados sin remisión de su arcana inocencia primitiva- no son las mismas, en
cambio, por las que perdura treinta y dos años después.