1984
Abril de 1984
Sensación de provisionalidad. Me
siento en el borde de la silla en vez de tomar asiento de verdad, posando
cómodamente las nalgas: una nerviosa forma de ser. Incapaz de tumbarme en un
sofá, dejar la cabeza en blanco mientras me mantengo en una posición cómoda,
relajada. Llego tarde y cansado del trabajo. No consigo ganar espacios para mí.
A pesar de que hace casi dos años que vivo en esta casa, aún no me he
acostumbrado a considerarla mía, sigue sin ser mi casa, mi sitio. Ni siquiera
estoy a gusto cuando me encierro en la habitación que arreglé, ajustándola a
mis necesidades y mi gusto, silenciosa, soleada, animada por el verdor de las
plantas. Todo me parece provisional, desordenado, revuelto. Nada encaja en su
lugar, las cosas invaden espacios que no les pertenecen. La mesa de trabajo
está ocupada por montones de papeles revueltos y de libros pendientes de
lectura. Las semanas se escapan volando, no me da tiempo a poner un poco de orden
en este caos, a reflexionar, a concentrarme, a ocupar la geografía doméstica,
ni, por supuesto, la otra geografía, la mía propia, la geografía Íntima, sea lo
que coño sea eso: me siento incapaz de colonizarme a mí mismo, un ser plural, a
la deriva, cada una de cuyas partes parece escapar de estampida en dirección
distinta a las otras. Así, ¿cómo escribir, si todo está en suspenso, a la
espera de alguna forma de normalidad?
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