ASPERSORES DE AGUA
Jamás he llegado a entender que
tenga mi propio aspersor de agua, solo es una de las muchas cosas que adquirí cuando
compramos esta casa, al igual que el cortacésped, las tijeras de podar, los
rastrillos y el resto del equipamiento de jardín. Aunque innumerables veces
haya conectado la manguera al grifo de la entrada de la casa de verano, haya
oído el · agua primero chispear, luego silbar, y después haya visto los finos
chorros elevarse por el jardín, tal vez unos cinco metros, a menudo brillando
con la luz del sol, y a continuación ondear lentamente y caer hacia un lado,
volver a elevarse y caer hacia el otro lado, en ese movimiento que siempre me
ha recordado a una mano saludando, nunca lo he asociado conmigo o con algo mío,
como si lo que representa no me representara a mí, o, en otras palabras, como
si la vida que vivo aquí en realidad no fuera mía, sino solo algo en lo que me encuentro
accidentalmente en este momento. Sacar una conclusión tan profunda de algo tan
pequeño como un arco de metal lleno de agujeros
por los que brota el agua puede parecer un
poco demasiado forzado, pero de todos los objetos que recuerdo de los veranos
de mi infancia, el aspersor de agua es el más emblemático, el que más emociones
y sucesos concentra en mi memoria, y el que más asociaciones despierta.
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