Volver la vista atrás, Juan Gabriel Vásquez, p. 257
Pasó la noche de Navidad con
Leiva y con su hermano el cardiólogo y con un puñado de hombres y mujeres de pelo
más largo que el suyo que lo querían saber todo, absolutamente todo, de China y
de Mao y de la Revolución Cultural, y querían saber si el proletariado era tan
feliz como se decía, y si era tan heroico. “¿Es verdad?», le decían. “¿Es
verdad que están rompiendo con el pasado feudal, con miles de años de historia?
¿Es verdad que eso se puede?» Sergio pensó en los hombres y las mujeres
humillados en público, las cabezas bajas, los sombreros de un metro de alto que
acusaban a su portador de complicidad con el capitalismo, los letreros colgando
de sus cuellos con otros cargos en letras grandes -déspotas, terratenientes,
simpatizantes del enemigo, elementos de las pandillas contrarrevolucionarias-,y
recordó los museos y los templos arrasados por multitudes violentas y las
noticias de fusilamientos que llegaban del campo, de las que sólo se enteraban muy
pocos. Recordó todo aquello y sintió por razones misteriosas que no podía
hablar de nada, o que no le entenderían si contaba lo que sabía.
“Sí”, les dijo. “Es verdad que se
puede.”
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