Volver la vista atrás, Juan Gabriel Vásquez, p. 174
El profesor de Dibujo, un hombre
delgado y de gafas que todos los alumnos querían, había comenzado a discutir en
su clase el concepto de aerodinámica. De eso estaba hablando cuando comparó
espontáneamente el MiG soviético, un avión de combate concebido en 1939 y
producido tras la guerra en pequeñas cantidades, con el F-4 Phantom II, que
McDonnell Douglas había puesto en servicio en 1960. Los dos aviones, el
soviético y el norteamericano, habían participado en la guerra de Vietnam, pero
el profesor no tenía por qué pensar en esas implicaciones cuando elogió el
diseño del Phantom II y se atrevió a decir que era mejor. En la clase se hizo
un silencio incómodo. «Pero es el avión del enemigo», dijo un alumno al cabo de
un instante. Sergio no supo si el profesor se había dado cuenta de su error,
pero trató brevemente de defenderse: “Sí, lo es. Pero el diseño es mejor. Por
ejemplo, es más rápido. ¿Por qué es más rápido?”. Pero sus intentos cayeron al
vacío. La clase estaba indignada. Un murmullo de desaprobación se hizo cada vez
más fuerte. Y fue entonces cuando un alumno dijo: “Si prefiere las armas del
enemigo, enemigo será”.
“Sí, es el enemigo”, dijeron
otros. “¡Traidor!», gritó una voz, y luego: “¡Contrarrevolucionario”. Ante la mirada de Sergio, los alumnos
avanzaron amenazantes hacia el hombre, que agarró sus cosas como pudo y salió
de la clase. Pero el grupo lo alcanzó en el corredor y lo arrinconó contra una
pared. “Usted desprecia a nuestro ejército”, le dijo alguien. “No, no es eso,
no es verdad», empezó el hombre, pero sin éxito. “¡Sí es verdad!», le gritaban.
“¡Usted desprecia a nuestros héroes!» Sergio, que había salido siguiendo a los
demás, vio en la cara del profesor una mueca de miedo cuando recibió los
primeros escupitajos. “¡Revisionista!», le gritaban. “¡Burgués!» El profesor se
cubría la cara, trataba de decir algo, pero su voz era inaudible en medio de
los insultos. Alguien lanzó entonces el primer golpe, y las gafas del profesor
volaron por los aires. “No, no», gritaba el hombre. Otros golpearon también: al
cuerpo, a la cara. Entonces, ante la mirada aterrada de Sergio, el profesor se
desplomó. Sergio habría querido intervenir, decirles a los demás que ya basta,
que ya era demasiado, pero la fuerza de la multitud se lo llevaba por delante y
las palabras no se formaban en su boca. Era inverosímil: sus compañeros, sus
compañeras, los alumnos con los que había compartido horas y días y conversaciones
se habían convertido en una bestia feroz de muchos pies que pateaban el cuerpo
vulnerable del profesor de Dibujo.
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