Mira por el ventanal. La ciudad se extiende a sus pies, envuelta en un sopor nebuloso. Baja presión. Las nubes ruedan sobre las colinas, emanando de grietas y fisuras como si la geografía misma enviara señales de humo.
Allá abajo, al final de la
cuesta, una mujer nada y su larga melena castaña flota en el agua. Su bañador
es un precioso punto rojo vivo, un ave tropical rara en una superficie de un
azul celestial. Nada crawl todas las mañanas; bracea como una olímpica. Se
solaza nadando, se recrea en su determinación, el ritmo, la rutina, en el hecho
de estar despierta cuando él está despierto.Bracea con urgencia; no puede no
nadar. Ella, la nadadora, es su confidente, su musa, su sirena.
Él está en el ventanal; no suele
estar ahí, al menos a esas horas. Normalmente se levanta y se sube a la
máquina: él corre mientras ella nada. Corre observando cómo circula la teleimpresora electrónica, negocia desde un
teclado atado a la cinta rodante, teclea mientras corre, hace sus apuestas,
ajusta posiciones, juega a corto y a largo, calcula cuánto se puede jugar al alza
y a la baja, a lomos de una onda electrónica invisible.
Él suele, suele. Hoy nada es
igual y sin embargo es exactamente igual y nunca volverá a ser lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario