León en el jardín, Faulkner, p. 213
FAULKNER: Eso empezó como un
relato corto, era un cuento sin argumento, acerca de unos niños a los que echan
de casa durante el funeral de su abuela. Eran demasiado pequeños para
explicarles lo que estaba pasando y sólo veían las cosas, es decir, el lúgubre
asunto de sacar el cadáver de la casa, etcétera, en relación con sus juegos
infantiles, y de pronto me asaltó la idea de cuánto más se podría sacar del
concepto de la inocencia ciega, centrada en sí misma, tan típica de los niños, si
uno de esos niños fuese completamente inocente de verdad, vale decir, un
idiota. Así nació el idiota, y entonces me interesé por la relación del idiota
con el mundo en que moraba, pero nunca sería capaz de entender, y de dónde
podría sacar la ternura, la ayuda que lo protegieran en su inocencia. Quiero
decir «inocencia» en el sentido de que Dios lo había cegado al nacer, es decir, privado de mente al
nacer, no había nada que se pudiera hacer al respecto. Y así empezó a emerger
el personaje de la hermana, y luego el del hermano, luego apareció ese Jason
(que para mí representaba el mal absoluto. Es, en mi opinión, el personaje más
perverso que se me ha ocurrido nunca). Luego hacía falta el protagonista,
alguien que contara la historia, y así surgió Quentin. A esas alturas, ya me
había dado cuenta de que no había forma de contarlo todo en un relato breve.
Así que referí la experiencia que tenía el idiota de ese día, y resultó
incomprensible, ni siquiera yo mismo habría podido decir qué estaba pasando,
así que tuve que escribir otro capítulo. Entonces decidí dejar a Quentin narrar
su versión de ese mismo día, o esa misma ocasión, y eso hizo. Y luego tenía que
haber un contrapunto, que era el otro hermano, Jason. A esas alturas, resultaba
todo completamente confuso. Sabía que me faltaba mucho para darlo por
terminado, así que tuve que escribir otra sección, vista desde fuera, por un
forastero, que era el escritor, para contar qué había ocurrido ese día en
particular. Y así es cómo creció ese libro. Quiero decir, que escribí esa misma
historia cuatro veces. Ninguna de las versiones estaba bien, pero había pasado
tanta angustia escribiéndolas que no fui capaz de descartar nada y volver a
empezar, así que la publiqué en cuatro secciones. No se trató en absoluto de un
tour de force deliberado, es que el libro sencillamente creció de esa manera. Estaba
tratando de contar una historia que me había conmovido mucho y fracasé cada
vez, pero había puesto tanta preocupación en cada intento que no fui capaz de
abandonarlo, como la madre que ha tenido cuatro niños malos y que habría vivido
mejor si los hubiesen eliminado a todos, pero es incapaz de renunciar a
ninguno. Y esa es la razón por la que este es el libro por el que más ternura
siento, porque fracasó cuatro veces.
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