Mayo de 1860
«Nunc et in hora mortis nostrae.
Amen.»
El rezo cotidiano del rosario
había concluido. Durante media hora la serena voz del príncipe había evocado
los misterios de dolor; durante media hora otras voces, entremezcladas, habían
tejido un rumor ondulante en el que ciertas palabras inusuales: amor, virginidad,
muerte, resaltaban como flores de oro; y mientras duró ese rumor el aspecto del
salón rococó dio la impresión de haber cambiado; hasta los papagayos cuyas irisadas
plumas cubrían la seda del entapizado parecieron intimidarse; y entre las dos
ventanas, la blonda y opulenta Magdalena trocó incluso su habitual aire soñador
por una contrita expresión de penitencia.
Ahora que la voz había callado,
todo volvía al orden, al desorden, habitual. Se abrió la puerta, salieron los
criados, y el alano Bendico, resentido aún por la exclusión que le habían
infligido, irrumpió meneando el rabo. Las mujeres se levantaban lentamente y el
oscilante retroceso de sus faldas iba descubriendo mitológicas desnudeces
dibujadas sobre el fondo lechoso de las baldosas. Solo una Andrómeda permaneció
cubierta por el hábito del padre Pirrone
No hay comentarios:
Publicar un comentario