Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

VIRGEN DE GUADALUPE

El puente en la selva, B. Traven
En una de las paredes de la choza había una repisa, y sobre ella una Virgen de Guadalupe pintada en cristal. A los dos lados había cuadritos más pequeños con imágenes de santos. No se veía por ningún sitio ninguna imagen del Señor. Las estampas de santos tenían impresas por detrás jaculatorias que ni García ni su mujer sabían leer. Delante de la Santísima Virgen había un vaso corriente algo cascado, lleno de aceite. Dentro flotaba una velita de cera no más grande que una cerilla, clavada en un arandel de lata del tamaño de una moneda de diez centavos. La lamparita de aceite se encendía para que alumbrara de noche y día la imagen de la Madre Santísima. En teoría ardía día y noche, pero con frecuencia los García no tenían unos centavitos para aceite porque necesitaban con más urgencia cosas más terrenales.

Cuando la mujer del maestro maquinista vino al jacal para encargarse de todo, el vaso no tenía aceite. Una de las primeras cosas que hizo fue volver a llenarlo de aceite y encender la mecha.  ¿Qué habría pensado toda aquella gente de la familia García si hubieran encontrado apagada la lamparilla de la Santísima Virgen? Habrían creído que los que vivían en aquella casa eran  paganos, o peor aún, algún gringo ateo. La lucecita no era más que un leve resplandor, pero a los creyentes les bastaba. Ningún demonio podría entrar ahora a robar el alma, La repisa, al menos para los García, no sólo era el altar de la casa, era al mismo tiempo el lugar donde tenían un sinfín de cosas seculares necesarias para el hogar; había flores secas guardadas en vasijas rotas; también estaban, liados en un trozo de periódico, lo que la mujer de Garda llamaba sus cosas de costura -es decir: unos cuantos trapos, unas cuantas agujas medio oxidadas, algunos alfileres, y unas hebras de hilo blanco y negro atadas alrededor de una tira de papel de estraza. Además había un peine, una docena de horquillas, cerillas, y los juguetes de Carlitos, incluyendo: un cochecito de hojalata roto de los que valen diez centavos, un anzuelo de pesca, una honda hecha con un trozo de tubo de un coche, un tapón de corcho roto, una canica de cristal pequeña de vivos colores, dos bocones de acero, y unos cromos de  colores de los que salen en los paquetes de tabaco. Había también un pequeño ukelele, regalo de Manuel, que era su tesoro más preciado. Con él había querido formar una orquesta de baile tocando con su padre, el violinista. De una de las esquinas de la repisa colgaba un rosario barato. En una tacita, que en su día perteneciera a una casa de muñecas, se amontonaban unos centavos, y cerca se veían unas cuantas monedas de cobre más. En total no pasarían de los treinta y cinco centavos: toda la fortuna de la familia

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