Patria, Fernando Aramburu, p. 313
-Quítate las dudas y los
remordimientos de la cabeza. Esta lucha nuestra, la mía en mi parroquia, la
tuya en tu casa, sirviendo a tu familia, y la de Joxe Mari dondequiera que
esté, es la lucha justa de un pueblo en su legítima aspiración a decidir su destino.
Es la lucha de David contra Goliat, de la que yo os he hablado muchas veces en
misa. No es una lucha individual, egoísta, sino ante todo un sacrificio
colectivo y Joxe Mari, como Jokin y como tantos otros, ha asumido su parte con
todas las consecuencias, ¿entiendes?
Miren sacudió la cabeza en señal
afirmativa. Don Serapio le arreó, comprensivo, cariñoso, dos palmaditas en el
dorso de la mano. Y prosiguió:
-¿Acaso Dios ha manifestado que
no desea vascos en su presencia? Dios quiere a su lado a sus vascos buenos como
también quiere, ojo, a sus españoles buenos y a sus franceses y polacos. Y a
los vascos nos hizo como somos, tenaces en nuestros propósitos, trabajadores y
firmes en la idea de una nación soberana. Por eso me atrevería a afirmar que
sobre nosotros recae la misión cristiana de defender nuestra identidad, por
tanto nuestra cultura y, por encima de todo, nuestra lengua. Si esta
desaparece, dime, Miren, dímelo con franqueza, ¿quién rezará a Dios en euskera, quién le cantará en euskera?
¿Te respondo yo? Nadie. ¿Tú crees que Goliat, con su tricornio en la cabeza y
sus torturadores de sótano de cuartel, va a mover un dedo en favor de nuestra
identidad? Te registraron la casa el otro día, en plena noche. ¿No te sentiste
humillada?
-Ay, don Serapio, no me lo
recuerde que se me corta la respiración.
-¿Lo ves? La misma humillación
que tú y tu familia tuvisteis que soportar la padecen a diario miles de
personas en Euskal Herria. Y son los mismos que nos maltratan los que luego
hablan de democracia. Su democracia, la suya, la que nos oprime como pueblo. Por
eso te digo yo, con el corazón en la mano, que nuestra lucha no sólo es justa.
Es necesaria, hoy más que nunca. Es indispensable, puesto que es defensiva y
tiene por objeto la paz. ¿No has oído alguna vez las palabras del obispo de
nuestra diócesis? Ve tranquila a tu casa, pues. Y si un día, en los próximos
meses o cuando sea, encuentras a tu hijo, dile de mi parte, de parte del
párroco de su pueblo, que tiene mi bendición y que rezo mucho por él.
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