Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

AUTENTICIDAD

Pretenciosidad, Dan Fox, p. 73
Vivir en las grandes ciudades de Occidente es sinónimo de estar rodeado de reivindicaciones de autenticidad. Nos animan a buscar lo original y a no dejarnos embaucar por los sucedáneos engañosos de la pretensión. La autenticidad es una forma de autoridad; una legitimidad en el discurso, el vestir o las acciones. Nos promete un billete a la verdad. Tiendas, restaurantes, inmobiliarias y un amplio abanico de actividades de ocio nos prometen lo autentificado, lo genuino, sin trampa ni cartón. Ser auténtico es una virtud e invertir en ella es una  demostración de olfato financiero.
En 2014 un cartel que anunciaba productos de peluquería en el barrio londinense de Shoreditch declaraba que «La pretensión es una ofensa». Se trata de una burda apelación a un vínculo inexistente entre juventud y autenticidad creativa que pasa por alto que muchas grandes ciudades son teatros de la pretensión. En su libro Soft City, Jonathan Raban señaló que la vida urbana “es una vida vivida a través de símbolos”. En ella «nos vemos bombardeados por imágenes de la gente que podríamos llegar a ser. La identidad se presenta en plástico, reducida a la adquisición de bienes y apariencias». Los edificios imitan la arquitectura de épocas pretéritas o de otras partes del mundo. Tiendas y restaurantes se esfuerzan en transmitir climas emocionales basados en épocas históricas –aquellos tiempos en los que la vida era honesta y leal- para prometernos una experiencia supletoria a los bienes que ofrecen.

La mercadotecnia tienta a los consumidores -en particular a los urbanitas de clase media- con juegos de palabras pretenciosos. Los productos «caseros», «naturales», a orgánicos» y «de granja» se aprovechan de fantasías sobre nuestra propia responsabilidad ecológica con respecto a los alimentos que compramos, o de la nostalgia por platos de comida como los que tu mamá seguramente nunca cocinó. Lo natural y lo orgánico poseen una suerte de terrosa autenticidad o hacen de sucedáneos de otras culturas. (En una sucursal neoyorquina de Whole Foods, vi una vez unos espárragos blancos descritos en la etiqueta como a:preferidos por los europeos»; tal vez insinuaban que al comprarlos no sólo obtenías valor nutricional, sino que   además demostrabas valorar una nebulosa idea de sofisticación a la europea.)

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