Aquí estoy, JS Foer, p. 408
Una casa de veraneo estaría muy
bien, lo suficiente, a lo mejor, para lograr que las cosas funcionaran durante
un tiempo o, cuando menos, para aparentar que eran una familia funcional
mientras pensaban en la siguiente solución temporal. “La apariencia de
felicidad.” Si podían mantener esa apariencia -no ante los demás, sino en su
propia percepción de la vida-, a lo mejor la aproximación a la experiencia de
la auténtica felicidad sería lo bastante lograda para conseguir que las cosas
funcionaran. Podían viajar más. Planificar un viaje, el viaje en sí mismo, la
descompresión... Todo eso les concedería algo de tiempo.
Podían ir a terapia de pareja,
aunque Jacob había insinuado una extrañísima lealtad al doctor Silvers que
habría hecho que visitar a otro terapeuta equivaliera a una transgresión (una
transgresión más grave, al parecer, que pedir una dosis de semen fecal de una
mujer que no era su esposa); y ante la perspectiva de mostrar todas las cartas,
del tiempo y los gastos que supondrían dos visitas semanales que terminarían en
un silencio doloroso o en conversaciones interminables, no era capaz de
concebir la esperanza necesaria.
Podían haber recurrido
exactamente a lo que ella se había pasado toda su vida profesional ofreciendo y
no había parado de criticar en su vida privada: una renovación. Había tantas cosas
que mejorar en su casa: podían reformar la cocina (por lo menos tendrían que
cambiar el mobiliario, aunque también podían poner encimeras y aparatos nuevos
e, idealmente, redistribuir el espacio para mejorar el campo visual); renovar
el baño principal; cambiar los armarios; abrir la parte trasera de la casa al
jardín; añadir un par de claraboyas encima 'de las duchas de la planta de
arriba y terminar el sótano.
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