Tacones sobre el parqué Ahí va la
pobre, a romperse en él. Lo mismo que se rompe una ola en las rocas. Un poco de
espuma y adiós. ¿No ve que ni siquiera se toma la molestia de abrirle la
puerta? Sometida, más que sometida.
Y esos zapatos de tacón y esos
labios rojos a sus cuarenta y cinco años, ¿para qué? Con tu categoría, hija,
con tu posición y tus estudios, ¿qué te lleva a comportarte como una
adolescente? Si el aita levantara la cabeza ...
En el momento de subir al coche,
Nerea dirigió la vista hacia la ventana tras cuyo visillo supuso que su madre,
como de costumbre, estaría observándola. Y si, aunque ella no pudiese verla desde
la calle, Bittori la estaba mirando con pena y con el entrecejo arrugado, y
hablaba a solas y susurró diciendo ahí va la pobre, de adorno de ese vanidoso a
quien nunca se le ha pasado por la cabeza hacer feliz a nadie. ¿No se da cuenta
de que una mujer ha de estar muy desesperada para tratar de seducir a su marido
después de doce años de matrimonio? En el fondo es mejor que no hayan tenido
descendencia.
Nerea agitó brevemente la mano en
señal de despedida antes de meterse dentro del taxi. Su madre, en el tercer
piso, oculta tras el visillo, desvió la mirada. Se veía una amplia franja de mar
por encima de los tejados, el faro de la isla de Santa Clara, nubes tenues a lo
lejos. La mujer del tiempo había anunciado sol. Y ella, ay, qué vieja me estoy
haciendo, volvió a mirar la calle y el taxi ya se había perdido de vista.
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