El puente en la selva, B. Traven
Sin embargo, todos ellos habían traído consigo cohetes para usarlos
en caso de que encontraran sin vida al niño. Entre estos indios es costumbre
quemar montones de cohetes cuando muere un niño para que los ángeles del cielo
sepan que un nuevo angelito va de camino. Los que se queman a la muerte de un adulto
tienen otro propósito: el diablo, al oírlos, se queda esperando cerca de la
puerta del cielo para ver si el recién llegado está o no en su lista. Cuando es
un niño, los ángeles, alertados por los cohetes, le salen a mitad de camino. No
importa que el diablo esté cerca de la puerta. No puede hacerle nada a un niño,
porque un ser inocente que no tiene aún ningún pecado no puede estar registrado
en su lista.
El hermano mediano, el medio tonto, se encargaba de recoger los
cohetes y vigilarlos. A partir de ese momento, todo lo que no fueran cohetes le
tenía sin cuidado. Había dejado de llorar. Para él había llegado la parte más
alegre del funeral. Los recién llegados se habían enterado ya de que habían encontrado
al niño. Uno tras otro se descubrieron, y entraron en el jacal para verlo y
decirle a la madre unas palabras de consuelo. En realidad, no les interesaba
saber cómo había sucedido, pero todos le pedían a la mujer que les contase la
historia. No por curiosidad, sino porque eran sabios, y se lo preguntaban para
que no pensara más en el cadáver.
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