El puente en la selva, B. Traven
Nadie pagaba al cantor. Cantaba
por amor a la afligida madre, para ayudarla a superarlo sin demasiadas
cicatrices. Iban a enterrar al niño sin la bendición de un cura y sin el
certificado de defunción de un médico. El cura y el médico cuestan dinero. Aunque
todos los del duelo dieran la mitad de lo que tenían, no llegaría para pagar
los gastos. Además, el entierro no podía posponerse dos días. A pesar de que la
noche era fría, el cuerpo estaba empezando a descomponerse. El agrarista
cantaba sólo canciones de iglesia, pero nadie que conociera los cánticos de la
Iglesia católica se daría cuenta de que aquello eran himnos religiosos.
Posiblemente los católicos
cantaban de la misma manera cuando los primeros frailes misioneros recorrieron
aquellas selvas para traerles la verdadera fe a los pobres infieles de las Américas.
Como quiera que fueran originalmente, el caso es que se habían mezclado con
cantos profanos, incluida música de baile americana de lo más reciente. Una vez
cada año o cada dos años la gente iba a la iglesia, oía una verdadera canción
de misa, y algo se les quedaba en la cabeza. Luego, cuando había baile en los poblados
y en los pueblos, los músicos traían nuevas melodías que habían recogido en la
ciudad más cercana, donde se las consideraba
la última moda en Broadway, cuando en realidad nadie se acordaba ya de ellas en
Nueva York, porque debían ser de cuando se elegía alcalde al que iba mejor
vestido. Aquí en la selva, cada vez que había baile en los pueblos y poblados,
se adaptaban unas canciones y se abandonaban otras consideradas pasadas de
moda. Es más, los indios incultos no pueden cantar las canciones como es
debido. En todas ellas ponían algo pagano y a menudo casi salvaje, un elemento
que debía ser herencia de sus antepasados. En sus cantos, que no llevaban
acompañamiento, salvo quizá un tambor y el lastimero son de un instrumento parecido
a un clarinete de fabricación casera, ese extraño motivo musical solía ser tan
poderoso que arrastraba toda la melodía, y no dejaba más de diez notas de la
música original.
Este cantor fúnebre era conocido
en toda la zona de la selva. Se lo consideraba el mejor del oficio y todos le
admiraban. Era su estrella de cine y su cantante favorito de la radio a la vez,
porque en otras ocasiones como bodas o fiestas de cumpleaños, cantaba corridos.
No los cantaba tan bien como los profesionales que venían en ferias y traían a
los que no sabían leer las noticias de los periódicos en forma de canción,
entonando en las plazas públicas corridos sobre los últimos acontecimientos
políticos o sobre amores trágicos. Sin embargo, para los entierros era mucho
mejor el agrarista que cualquiera de los cantantes de corridos.
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