Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CANTORES MEXICANOS

El puente en la selva, B. Traven
Nadie pagaba al cantor. Cantaba por amor a la afligida madre, para ayudarla a superarlo sin demasiadas cicatrices. Iban a enterrar al niño sin la bendición de un cura y sin el certificado de defunción de un médico. El cura y el médico cuestan dinero. Aunque todos los del duelo dieran la mitad de lo que tenían, no llegaría para pagar los gastos. Además, el entierro no podía posponerse dos días. A pesar de que la noche era fría, el cuerpo estaba empezando a descomponerse. El agrarista cantaba sólo canciones de iglesia, pero nadie que conociera los cánticos de la Iglesia católica se daría cuenta de que aquello eran himnos religiosos.
Posiblemente los católicos cantaban de la misma manera cuando los primeros frailes misioneros recorrieron aquellas selvas para traerles la verdadera fe a los pobres infieles de las Américas. Como quiera que fueran originalmente, el caso es que se habían mezclado con cantos profanos, incluida música de baile americana de lo más reciente. Una vez cada año o cada dos años la gente iba a la iglesia, oía una verdadera canción de misa, y algo se les quedaba en la cabeza. Luego, cuando había baile en los poblados y en los pueblos, los músicos traían nuevas melodías que habían recogido en la ciudad más cercana, donde se las  consideraba la última moda en Broadway, cuando en realidad nadie se acordaba ya de ellas en Nueva York, porque debían ser de cuando se elegía alcalde al que iba mejor vestido. Aquí en la selva, cada vez que había baile en los pueblos y poblados, se adaptaban unas canciones y se abandonaban otras consideradas pasadas de moda. Es más, los indios incultos no pueden cantar las canciones como es debido. En todas ellas ponían algo pagano y a menudo casi salvaje, un elemento que debía ser herencia de sus antepasados. En sus cantos, que no llevaban acompañamiento, salvo quizá un tambor y el lastimero son de un instrumento parecido a un clarinete de fabricación casera, ese extraño motivo musical solía ser tan poderoso que arrastraba toda la melodía, y no dejaba más de diez notas de la música original.

Este cantor fúnebre era conocido en toda la zona de la selva. Se lo consideraba el mejor del oficio y todos le admiraban. Era su estrella de cine y su cantante favorito de la radio a la vez, porque en otras ocasiones como bodas o fiestas de cumpleaños, cantaba corridos. No los cantaba tan bien como los profesionales que venían en ferias y traían a los que no sabían leer las noticias de los periódicos en forma de canción, entonando en las plazas públicas corridos sobre los últimos acontecimientos políticos o sobre amores trágicos. Sin embargo, para los entierros era mucho mejor el agrarista que cualquiera de los cantantes de corridos.

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