De Una vida absolutamnet maravillosa de E Vila-Matas, p. 148
Y Faulkner se expresó en términos
parecidos: Si un artista lograra estar a la altura de su sueño de perfección,
sólo le quedaría cortarse el cuello». Y añadió, en palabras que han dado la
vuelta al mundo literario: soy un poeta
fracasado. Tal vez todos los novelistas quieren primero escribir poesía, y
después descubren que no pueden y prueban con el relato, que es la forma más
exigente después de la poesía. Y después de fracasar en el relato, sólo
entonces un novelista se dedica a escribir novelas
Ya nos hemos situado en un clima
de altura, en ese triángulo esencial que componen la muerte, la poesía y el
relato. El resto es literatura, literatura que viaja -tal como sugería Faulkner-
en vagones de segunda clase. Hay quien ha llegado a decir que sólo la muerte
está por encima de la poesía. Sin duda
le faltaba el sentido del humor que le sobraba a Nicolas Beryaev cuando dijo
que para estar muerto es preciso, por desgracia, morir. Hay que resignarse a la
idea de que siempre habrá insensatos que intentarán elevarse por encima del
clima de altura que frecuenta la poesía, que cuando es realmente poesía es una
tensión hacia la exactitud.
La poética de la exactitud viaja
de la poesía al relato, es una línea aristocrática en la que podemos seguir
remontándonos de Mallarmé al poeta Baudelaire y de éste al cuentista Poe. Tanto
la poesía como el relato tienen un evidente paralelismo, pues provienen de la
tradición oral y son breves y, además, debido a esas dos características, han
de cumplir el requisito de ser significativos y concentrar en ellos nada menos que
toda la vida, es decir, que han de ser sencillamente muy buenos, pues de lo
contrario tanto un mal poema como un mal relato resultan vanos, huecos y
miserables. El cuento, esa forma literaria tan exigente, admite grados de
condensación casi poéticos -algo que no admite nada bien la prosa narrativa en
las novelas- y sin embargo casi nunca es un poema, porque conserva su esencial
ritmo narrativo.
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