De Limbo de Agustín Fernández Mallo, p.11-12
De todos los testimonios de la
gente con quien trató, así corno de sus propios escritos, se desprende sin
fisuras lo que los biógrafos dan hoy por aceptado: Heisenberg no era nazi, pero
sí profundamente nacionalista. Cierto que muestra su desacuerdo con la
expulsi6n de los judíos, y aún más en el caso de científicos con los que ha
mantenido estrechos lazos personales o profesionales -Einstein, Born, Pauli,
Jordan, Bohr, entre otros-, pero no puede dejar de sentirse identificado con la
pretensi6n de Hitler de devolverle a la nación alemana la grandeza que le
corresponde.
En una carta dirigida a su madre,
octubre de 1933, dice acerca del Gobierno, «se intentan ahora muchas cosas buenas
y debe reconocerse que tienen buenas intenciones». No obstante, una vez
finalizada la guerra, escribiría en sus Diálogos sobre física atómica: «A
principios del semestre del verano de
1933 ya estaba en plena marcha el proceso de destrucción de Alemania». Es
precisamente en marzo de 1933 cuando la temida Sturmabteilung –grupo de asalto
más conocido corno SA- entra en el domicilio de Einstein, una pequeña casa
unifamiliar sita en Caputh, a las
afueras de Berlín. En el momento del asalto, Einstein y su esposa se hallan de
visita en Estados Unidos. Llevado por una premonición, Einstein le había dicho
a su esposa: «antes de irnos de esta casa mírala bien, es la última vez que la
verás». Así ocurrió. En marzo de 1933, The New York Times informa: «Se ha
llevado a cabo uno de los asaltos más tenebrosos y ridículamente perfectos de
la reciente historia alemana. Alegando la búsqueda de armas de fuego y
explosivos, la SA acaba de atacar la casa del señor Einstein, en Caputh,
Berlín. Lo único que han encontrado es un cuchillo para el pan».
La postura de Heisenberg siempre
se movería en esa ambivalencia: profundamente nacionalista pero en absoluto nazi,
lo que no impediría que en el apogeo de la guerra impartiera numerosas
conferencias científicas en actos de propaganda del Régimen; lo que podríamos
llamar propaganda de «baja intensidad». En 1943, invitado por el gobernador general
de Polonia, Hans Frank -quien días antes había enviado a 184 profesores
universitarios a morir a un campo de concentración-, visita la Universidad de
Cracovia en su sede de Tarnów, Pequeña Polonia, y habla de física cuántica a un
auditorio compuesto exclusivamente por alemanes afines a la causa nazi. Entre
el público, y de incógnito, se halla Josef Mengele, desplazado especialmente desde
Auschwitz para asistir a la conferencia «del físico alemán más brillante de
todos los tiempos», anotaría días después en su diario -en aquel momento, instein ya no era considerado alemán-. A la
corta edad de 32 años, el médico nazi cuenta ya con el apoyo de las autoridades
para, a fin de perpetuar la raza aria, llevar a cabo en el citado campo de exterminio
sus sobradamente conocidos experimentos con humanos.
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