De Kassel no invita a la lógica, de E Vila-Matas, p. 152-153
Por un momento incluso creí ver
al impulso invisible cruzar por la zona, deslizarse entre aquella comunidad de desconocidos
sentados en mitad del bosque. Y recuerdo que pensé en los esfuerzos de las
revoluciones populares por darse a conocer, mientras que en cambio los grupos sigilosos,
como aquel del bosque de Kassel o bien los que se formaban en guerrillas
ocasionales, jamás habían tendido a ser fotografiadas o a dejar huella. Y me
acordé de Sebastià Jovani, escritor de Barcelona, que decía que la revolución y
el pueblo generaban postales y todo tipo de souvenirs, mientras que la
guerrilla y el grupo espontáneo en lucha clandestina, todos los grupos
volátiles, situacionistas según como se mirara, generaban en cambio afectos, sensaciones
comunes que no requerían un marco en la pared. Y decía también Jovani, si no
recordaba mal, que cabía preguntarse
quién realmente desearía tener un urinario firmado en el salón de su casa.
Quizás en esa pregunta no podían sintetizarse mejor las diferencias entre arte
exhibido en los museos y arte sin hogar ni rumbo, arte de la intemperie tan
visible en Kassel en más de una instalación. Un arte de las afueras. O de las
afueras de las afueras. Como el de Huyghe, con su humus y con su perro de pata
rosa, con su remoto lodazal donde no había
organización, ni representación, ni exhibición, aunque sospechaba yo que allí
las cosas estaban más conectadas entre ellas de lo que parecía.
Y mientras pensaba en todo esto,
me fui dando cuenta de cómo aquella silenciosa revuelta del espíritu se estaba incluso
poniendo en movimiento, lo estaba haciendo en aquel preciso instante, y dejaba
ver, literalmente en directo, el casi imperceptible y misterioso deslizamiento
que estaba haciendo que todos de repente rejuvenecieran allí mismo.
Me recordó esto a aquel episodio
de la Recherche de Proust en el que se veía a miembros de la antigua
aristocracia haciendo muecas en un salón de París, envejeciendo allí mismo,
momias de sí mismos.
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