SILENCIO
No diré su nombre.
Cuando la lluvia dejó por fin de golpear la superficie del lago, llegaron la nieve y el hielo y luego, como cada año, la primavera. Al animarse el bosque y los jardines de la vieja mansión Happensauer, Saúl Trífero, contrario al ritmo de todas las cosas, se encogía.
Jamás diré su nombre. Insiste. Levantando entre su determinación y sus verdaderos impulsos un muro coronado con alambre de espino, como los que se alzan entre sí países en guerra. Para luego, cubierto ya por la oscuridad de la noche, arrastrarse de un lado al otro como un desertor o un fugitivo. Cruzando desde este lado; la renuncia, hasta el otro; su nombre.
Saúl Trífero se da cuenta entonces de que está de pie, sin motivo, y vuelve a sentarse. Se asusta: ¡A lo mejor hasta he alzado la voz¡ ¡Qué tontería¡, vea usted que ni siquiera llevo una foto de ella en la cartera. (Saca unos billetes doblados y la cuenta de su último almuerzo.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario