Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

EL ACCIDENTE. UN RELATO


EC2.1
EL HUNDIMIENTO DEL DORIA
Nosotros, los marineros, siempre salimos con la Virgen para celebrarle la Misa en el mar. Se ha hecho desde hace muchos años, lo recuerdo ya de cuando yo era muy pequeño, de cativo, co meu pai; así fue siempre, excepto una temporada que se dejó de sacar la imagen al mar por culpa de un accidente. Fue hace mucho tiempo, tú debías tener cinco o seis años.
Ese 16 de julio, la fiesta del Carmen, tuvimos un día precioso y tranquilo de verano, con el mar como un plato, y menos mal. La barca de la Virgen se mecía arrimada al murallón, esperando. Se la veía ya desde lejos, muy engalanada, llena de racimos de flores, globos de papel de seda, banderitas de colores de babor a estribor, coronas de rosas en la amura y guirnaldas de mirto de proa a popa, hasta catleyas había. La figura de Nuestra Señora se había puesto encima de una tarima, con un friso de margaritas amarillas, columnas de calas de San José en las cuatro esquinas y un círculo de pasionarias y jazmines alrededor de la estatua.
Hacía mucho sol, estaba todo lleno de una luz especial, de fiesta y maravilla. La cubierta blanca del Doria resplandecía y su reflejo brillaba en el agua con todos los colores de la celebración. La Virgen miraba para nosotros con esa sonrisa suya de bondad protectora, el niño Jesús nos bendecía con la bola del mundo en la mano y su dedito señalando a las alturas. Todos los mirábamos con devoción, y a su alrededor estaban, muy serias, las fuerzas vivas: el alcalde con los concejales, la guardia civil, los de sindicatos y la sección femenina, el párroco y otros curas más, y un montón de monjitas del asilo con el par de viejos que llevan siempre de muestra. Todos apretados, justo detrás de la cabina de mando del viejo Lameiro, el armador del buque.
Siempre se escogía el barco más grande, el Doria, la tarrafa que podía llevar más carga. Ese día estaba lleno a rebosar, porque toda la gente del pueblo que no tenía bote se montaba con la Virgen, y además, muchos otros, como tus hermanas mayores, preferían salir en el Doria, dizque para oír misa más cerca de la Virgen –pero era para perder de vista a tu madre.
Nosotros estábamos detrás, en nuestro cayuco, con tu hermano Suso al timón. Tu madre y los pequeños, dispuestos a ponernos a navegar en cuanto el barco de Nuestra Señora saliese al terminar la ceremonia, y las bombas de palenque llenasen el azul del cielo con manchas blancas muy difuminadas e idas. Arracimados en nuestro pequeño bote, con toda la poca fuerza de nuestro motor, preparados para ir acompañando a la Virgen hasta la boca de la ría en su rito anual de bendecir las aguas. Al llegar a Redes, en la boca de la ría, nos encontrábamos con la procesión que había salido de allí, los curas de ambas parroquias tiraban al mar los ramos de Nuestra Señora y todos los pequeños barcos, los de aquí y los de la banda al puente, hacíamos lo mismo. El mar se llenaba de flores como en un cuadro prerrafaelista y ese naufragio floral suponía la indicación de que a partir de ese día ya se podía bañar uno en el mar; bendecir las aguas, se decía.
Tampoco es que en el pueblo fuésemos muy aficionados a nadar, ni siquiera los marineros sabíamos, aún hoy es el día que muchos no aprendemos a nadar en la vida, y por eso se mueren tantos en los naufragios, pues aunque un barco se hunda al lado de la costa, más de la mitad de la tripulación no ha nadado en la vida y no pueden llegar a tierra por muy cerca que esté. Quien nada de maravilla es tu hermano, se desliza por el agua como un pez. Bueno, pues el barco de la Virgen estaba a rebosar, con gente que subía y subía para estar más cerca del pequeño altar que había montado el coadjutor con cajas del pescado, una casulla y redes verdes nuevas. El patrón intentó que no entrara nadie más, pero ninguno hizo caso y seguían saltando desde el muelle a la cubierta. Nosotros estábamos detrás, justo pegados a las escaleras del murallón, y todo el puerto estaba lleno de barcos: alrededor de la Virgen, por las rampas, anclados en las Croas, entre los arcos del puente de piedra y cabe las cepas del de hierro. Todo el pueblo entero, y también mucha gente de fuera, los invitados a las fiestas, esperando que acabase la misa para poder salir al mar.
Al finalizar el oficio, item missa est, dijo el cura, con aquel magno poder valleinclanesco de las divinas palabras, el Doria enfiló hacia la playa, para dirigirse mar adentro; pero nada más salir, el patrón se dio cuenta de que el barco no avanzaba bien, la máquina no conseguía potencia suficiente para mover todo aquel arsenal. Por efecto de la fuerza del motor y del peso de tanta gente como había, y mal repartida aún encima, pues la mayoría iba sentada atrás, el barco comenzó a hundirse por la popa. Las olas saltaban por la borda y comenzaban a invadir el puente, y aunque los marineros intentaban achicar, no daban hecho y el barco se iba llenando de agua. El pasaje se puso todo en la proa y el barco se niveló un poco. Pero el peligro aún continuaba, la gente muy asustada, los pequeños gritando y las madres llorando.
Todos los botes que estábamos cerca nos pusimos alrededor del Doria y empezamos a desalojar a la gente. El patrón del barco cambió el rumbo, acercándolo a tierra y consiguió que casi se varase en el arenal. Del impacto hubo gente que cayó al agua pero a los más pequeños los recogimos, los más grandes hacían pie y algunos hasta sabían nadar pues entre la juventud ya estaba apareciendo alguna afición a la natación, sobre todo por bucear. Yo veía que tu hermana continuaba allí, en cubierta, agarrada al aparejo, muerta de miedo, gritando, pues no podía hacer nada por no saber nadar.
Todo eran gritos y pánico. Las madres salvaban a sus hijos y los maridos agarraban a sus esposas. Cuando ya estaba casi todo el barco desalojado, y como la maniobra se había hecho por el lado derecho, que quedaba más cerca de tierra, el barco se desequilibró, volvió a flotar, soltándose de la arena, se metió hacia el mar empujado por la resaca y empezó a hundirse por estribor. Menos mal que entonces ya sólo quedaba gente mayor, que tuvieron sangre fría y no se perdió la calma. Se agarraron como lapas al casco del barco, a los salientes del puente y a los palos; todo lo tranquilos que pudieron, allí esperaron a que los fuésemos recogiendo. Lasa se quedó pegada al barco, atada al montón de redes que enseguida se hundiría. Muerta de miedo, ni miraba para nada ni hacía ningún gesto, hundía la cabeza entre las cuerdas como si escondiéndose fuese a encontrar protección.
Entonces tu hermano se tiró al mar. Estábamos algo lejos, como a doscientos metros o así, a lo mejor más, porque el Doria se alejaba muy rápido, pero en un momentito Suso estaba al lado de tu hermana. La soltó de las redes que casi la envolvían ya por completo, se puso debajo de ella y empezó a nadar hacia atrás, de espaldas. Lasa siempre fue gordita, pero tu hermano estaba como un roble y nadaba de miedo. Era un campeón de la División Azul y le llamaban el Galán porque llamaba la atención, alto y fuerte y rubio.
En un momento estaban los dos agarrados a nuestro bote y los subimos. Lasa gritaba como una loca y tu hermano estaba muy asustado, pero al momento se volvió a tirar al agua y fue de los que salvó a más gente.
De milagro no murió nadie. Al final salvamos a la guardia civil y al cura. El alcalde ya había escapado el primero, pero el señor párroco se quedó pegado a la imagen de Nuestra Señora, atado a su base como Ulises frente a las sirenas; mientras que el sargento y la pareja no perdieron la sangre fría, conservando su aire marcial hasta el último momento, no como los de la falange, que también escaparon como ratas, antes que los niños y las mujeres. Al final se dejó coger el tozudo del sacerdote, y pasado todo vimos como el barco se hundía debajo del puente y después de un rato largo subía del fondo del mar la imagen de la Virgen del Carmen. Fue como un cuadro surrealista de Lugrís, poco a poco emergía, como si regresase de un viaje por el fondo del mar. Su peana hacía el efecto de una balsa, y como la marea estaba subiendo, se fue acercando, poco a poco, debido al suave empuje de las olas, hasta la rampa.
Allí desembarcó, toda tranquila, con el Niño Jesús en sus brazos, algunas algas por los remates de la capa y la corona de reina de los mares enganchada en la articulación del hombro. Nosotros no lo sabíamos, pero Nuestra Señora por dentro era un maniquí, y con el agua y el peso de la ropa se notaba la estructura de madera que daba forma a la efigie que tanto venerábamos. Más que una virgen parecía uno de esos muñecos articulados que se ven en las consultas de los médicos o en los estudios de los pocos artistas figurativos que quedan.
Todo eran pitidos y sirenazos, el mar se llenó de la música de los barcos y el estruendo asustaba bastante. El muelle se inundó de gente, todos muy nerviosos por lo que había pasado. Los más serenos animaban a los demás, diciéndoles que no había sido nada, y en verdad a lo que pudo ser fue una cosa de la Virgen que no ocurriese una tragedia.
La gente de la procesión cruzó el puente y se fue acercando hacia la rampa, y muchos gritaban ¡Milagro¡ ¡Milagro¡. A pesar del nerviosismo y de todo lo que había pasado, el cura organizó aquello y en unos minutos todo el pueblo estaba cantando una Salve.

5 comentarios:

Doctor Krapp dijo...

Hermoso texto. Crudo, realista pero con cierta galaica ironía que lo hace todavía más conmovedor.

Anónimo dijo...

Muchas gracias
Usted sí sabe, doctor
PI

Anónimo dijo...

Muchas gracias
Usted sí sabe, doctor
PI

kitti dijo...

¡Cuántos recuerdos...!
Me falta que hayas nombrado la bolla de nata.

Pedro Incio dijo...

Estoy muy contento de que te haya gustado.
Pondré más
PI

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