Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

OPINIONES CONTUDENTES SOBRE UN CONTUNDENTE OPINADOR

Tres opiniones sobre el gran Nabokov, un resumen de un estupendo artículo de Martin Schifino:
"Al considerar la segunda novela de Sebastian, sugerentemente titulada Caleidoscopio, el narrador señala que «los héroes de la obra son lo que puede llamarse de modo general «métodos de composición». Es como si un pintor dijera: aquí estoy yo para mostrarles no la imagen de un paisaje, sino la imagen de los diferentes modos de pintar un paisaje determinado, y confío en que su fusión armoniosa revelará el paisaje como procuro que lo vean ustedes». La palabra clave es «procuro». Como el pintor, Nabokov enumera los modos en que el narrador trata infructuosamente de llegar a la «verdadera vida» del personaje, que en última instancia es inalcanzable. La verdadera vida es, así, menos una biografía que un relato de cómo se intenta escribirla. «Recuerda –se dice el propio narrador– que cuanto te dicen es en realidad triple: informado por quien relata, vuelto a formar por el oyente, ocultado a ambos por el hombre muerto del relato». Sin embargo, la opacidad del relato viene compensada por el alcance del estilo.Y en esta novela empieza una reflexión personal sobre el lenguaje y la capacidad de quien lo usa para decir exactamente lo que quiere decir. Sobre Sebastian: «Su lucha con las palabras era insólitamente dolorosa, y eso por dos razones. Una de ellas es muy frecuente en escritores de su índole: el paso del abismo que media entre la expresión y el pensamiento; la sensación enloquecedora de que las palabras justas, las únicas palabras válidas, esperan en la orilla opuesta, en la brumosa lejanía, mientras el pensamiento aún desnudo y estremecido clama por ellas desde este lado del abismo. Sabía que [...] ninguna idea verdadera puede decirse
sin palabras hechas a su medida». Como Nabokov, Sebastian y el narrador escriben en una segunda lengua; lo que se oye en el pasaje anterior es la «tragedia personal» de la intemperie lingüística.
Barra siniestra, como su predecesora rusa Invitación a una decapitación, es una de las novelas más abiertamente políticas de Nabokov, su ferocidad satírica responde en gran parte al momento de su escritura. Pero como ficción no está libre de problemas, y el final es, sin duda, uno de ellos. No existe, por supuesto, una cuestión moral sobre los derechos de los personajes; cuando Nabokov llamó a los suyos «galeotes» simplemente estaba oponiéndose al cliché de E.M. Forster de que los personajes cobran vida propia y dejando bien en claro que quien marca el rumbo es el autor. La ética no entraba en juego. Aun así, resulta extraño que para satirizar un estado absolutista el autor se arrogue los atributos de una deidad tirana, que todo lo ve y a cuya completa merced se encuentran las marionetas que protagonizan la historia. Nabokov aborrecía de George Orwell –lo llamó, bastante injustamente, un «proveedor popular de ideas ilustradas y literatura publicitaria »–, pero en Barra siniestra aparece como una versión banal del Gran Hermano. En efigie, ridiculiza la primacía de la masa, una de sus perpetuas bêtes noires, pero la alternativa que brinda es una suerte de tiranía del individuo, de acuerdo con la que, para no ser un imbécil, hay que entregarse a herméticas expresiones del yo como las que conforman el tejido de Barra siniestra.
La única individualidad que se afirma es la del autor. «La sátira es una lección, la parodia un juego», dijo Nabokov. En los años que van de Barra a Lolita su prosa escapa de la primera, retoma el camino de la segunda y gana un terreno elevado sobre ambas: la ironía. La ironía le permite a Nabokov capturar aspectos fundamentales de la cultura norteamericana, pero para describir el modo en que lo hace necesitamos primero una palabra rusa. La palabra es poshlost. Nabokov la estudia por primera vez en su libro Nikolai Gogol (1944), uno de los ensayos más fascinantes e idiosincrásicos que un gran escritor haya escrito sobre otro gran escritor (en busca de algo similar deberíamos ir al Proust de Beckett, al Hawthorne de Henry James o al Flaubert de Vargas Llosa). Para Nabokov, el gran anatomista de lo poshlost es Gogol, el escritor que lo convierte en una de las piedras de toque de su ficción. ¿Y qué es «lo poshlost»? Nabokov
considera como posibles sinónimos «barato, falso, vulgar, pretencioso, escabroso, de mal gusto», pero acaba descartándolos porque sólo indican una clasificación de valores en una cultura determinada, mientras que lo poshlost es intemporal y mucho más sutil. De hecho, dice, ninguna palabra «de las otras tres lenguas europeas que conozco» [alemán, inglés, francés] posee un término concreto». En esto último, sin embargo, se equivoca. Un equivalente cercano existe en alemán, de donde pasó a varias lenguas europeas en el siglo XX: la palabra es kitsch.
Más allá de cierta fascinación personal, Nabokov debe de haber comprendido, tras el revés de Barra siniestra, que una novela norteamericana no podía prescindir de esos «ingredientes locales». En Lolita fue tras ellos con su famoso detallismo de entomólogo. El argumento de la novela es demasiado conocido para hacer un resumen, pero podemos reformular sus líneas desde la perspectiva que venimos trazando. Mientras Humbert Humbert, un anticuado inmigrante europeo, seduce a una preadolescente norteamericana, la aventura lo pone en
contacto con la cultura de su país de adopción. Lolita escenifica principalmente dos visiones de Norteamérica: una de un esnobismo galopante (la de Humbert), la otra de una despreocupación absoluta, carente de distancia crítica (la de Lolita). Pero está también «el espeso poshlost» de Charlotte Haze, la madre de Lo, que se desvive por las revistas de decoración o los círculos de lectores, e intenta crear con Humbert un perfecto «nido de amor»; o el de las escuelas norteamericanas, con sus teorías educativas tan progresistas como inanes; o el de los vecinos entrometidos: los ejemplos son muchísimos. Nabokov, que, como es de esperar, dirige su artillería pesada a estos blancos, aclara en el epílogo de Lolita que un autor «necesita un medio estimulante » y que «nada es más estimulante que la vulgaridad filistea» (donde «vulgaridad filistea» es una inspirada traducción de poshlost). Al mismo tiempo, nos previene que dicha vulgaridad no es distinta en el nuevo mundo y el viejo.Vale la pena recordar, mientras tanto, que para Nabokov, «en una obra de ficción de primera calidad, el enfrentamiento no es entre los personajes, sino entre el autor y el mundo». El choque creativo con el kitsch puede ilustrarse con una cita:
“Pasamos y repasamos por toda la gama de restaurantes de carretera de Estados Unidos, desde los humildes
de la cadena Eat, con la cabeza de ciervo (y la oscura huella de una lágrima en el ángulo nasal del ojo), expositores con gafas de sol y tarjetas postales «humorísticas », como las que eran corrientes en mi juventud en los balnearios
alemanes, con las notas de los servicios clavadas en un alambre, carteles de propaganda con visiones de helados celestiales, medio pastel de chocolate bajo una campana de vidrio y varias moscas horriblemente experimentadas zigzagueando sobre el pringoso azucarero en la innoble barra, hasta los lugares caros con luces mortecinas, manteles y servilletas absurdamente pretenciosos y de mala calidad, camareros ineptos (universitarios o ex presidiarios), la espalda ruana de una artista de cine, las cejas cibelinas de su acompañante del momento y una orquesta de músicos trajeados al estilo zoot tocando la trompeta.”

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