La librera de París, Kerri Maher, p. 74
Joyce había recuperado a Stephen
del Retrato y le había dado un amigo más viejo y optimista, Leopold Bloom. La
novela describía con minucioso detalle cada palabra, pensamiento y movimiento
de Stephen y de Leopold a lo largo de un solo día de su vida -el 16 de junio de
1904- en la capital irlandesa. La nueva novela de Joyce parecía que deseaba
hacer estallar todas las superficies protectoras de la vida moderna con la
misma determinación con que las granadas habían volado ciudades y trincheras
por toda Europa. Tanto si los personajes estaban en el retrete como si debatían
sobre Hamlet Joyce no escatimaba detalles y nivelaba lo vulgar con lo sublime.
Se trataba de un libro que no se permitía ningún tipo de concesiones, y que
describía con absoluta claridad el cuerpo y la mente de Stephen y de Leopold.
La insistencia de la novela en
detallar todo de manera exhaustiva y veraz fue también lo que provocó tanta
controversia en Inglaterra y Estados Unidos, donde las revistas que iban
publicando capítulos habían sido consideradas obscenas y confiscadas por la
Sociedad Neoyorquina para la Supresión del Vicio de John Sumner. No hacía mucho
que Margaret Anderson se había quejado de ello en sus editoriales de The Little
Review, y Sylvia compartía su indignación. Entendía que algunos lectores no
quisiesen seguir a Bloom hasta el retrete, pero ¿prohibirlo? Los lectores
tenían que abrir los ojos ante la impactante honestidad del libro y la audacia
de su prosa, porque la complejidad de la obra ocultaba su mayor verdad: el
mundo tal como lo conocíamos ha terminado, y ha llegado la hora de que surja
algo completamente nuevo. Joyce no solo había eliminado las comillas, sino que
a veces se había burlado de las convenciones gramaticales para penetrar lo más
profundamente posible en la mente de sus personajes, donde, después de todo, la
gramática no existe. Era realmente una novela de su tiempo.
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