Una pasión francesa
Hubo un tiempo, no hace tanto, en
el que cualquier latinoamericano con ambiciones literarias o artísticas soñaba
con París. El paso por aquella ciudad era algo más que un rito de iniciación o
una experiencia educativa. Representaba la posibilidad de entrar en contacto
con las fuentes vivas de la cultura más excitante, innovadora y revolucionaria
de la modernidad occidental. Significaba vivir en un lugar donde el pensamiento
y las artes tenían importancia e impacto en la sociedad, se valoraban, daban
prestigio; significaba hacer parte de algo más grande, de una comunidad de
artistas que estaban revolucionando la forma y las ideas que ordenaban el
mundo. Nada extraño que muchos aspirantes a creadores, entre ellos Mario Vargas
Llosa, albergaran la certeza de que jamás llegarían a convertirse en verdaderos
escritores o pintores si no vivían en París.
Enemistados políticamente con
Estados Unidos, por lo general desdeñosos de su cultura, los latinoamericanos de
los siglos XIX y XX miraron siempre a Francia. El positivismo de Augusto Comte
inoculó sueños de progreso y desarrollo en todo el continente, contrarrestados
luego por el decadentismo de Verlaine y Rimbaud que sedujo a los poetas
modernistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario