Ofenderse
LA OFENSA
A principios de la década de
1990, en el discurso público sudafricano se produjo un cambio revelador. Los
blancos, que durante siglos habían sido afablemente insensibles a lo que los
negros pensaran de ellos o a cón10 los llamaran, e1npezaron a reaccionar con
susceptibilidad e incluso con indignación ante la denominación “colono”. Una de
las consignas de guerra del Congreso Panafricanista tocó una fibra particularmente
sensible: «UN COLONO, UNA BALA». Los blancos señalaban la amenaza a sus vidas que
contenía la palabra «bala», pero, según creo, era «colono» lo que suscitaba una
perturbación más profunda. Los colonos, en el lenguaje de la Sudáfrica blanca, son
los británicos que recibieron concesiones de tierras en Kenia y las Rodesias,
personas que se negaron a echar raíces en África, que enviaban a sus hijos a
formarse en el extranjero y que hablaban de Gran Bretaña corno “la patria”.
Cuando entraron en acción los Mau Man, los colonos huyeron. Para los
sudafricanos, tanto blancos como negros, un colono es alguien que está de paso,
diga lo que diga el diccionario.
Cuando los europeos llegaron al sur de África,
se llamaron a sí mismos «cristianos», y a los indígenas «salvajes” o “paganos”.
Posteriormente la díada «cristiano/pagano» se transformó y fue adoptando una
serie de formas, entre ellas «civilizado/primnitivo», «europeo/nativo» y
«blanco/no blanco».
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