Palabras del Egeo, Pedro Olalla, p.50
Antes de mediados del segundo
milenio, Silvano, esta pequeña isla ya exportaba por mar, a lugares cercanos y
lejanos, la singular arcilla conocida como tierra cimolia: una arcilla
blanca-y, a veces, rojiza-formada en este mismo suelo, bajo la potente luz del
sol, por la sedimentación milenaria de infinitos cristales de calcita,
caparazones de erizo y conchas de minúsculos crustáceos. Esta tierra, que aún
hoy puedes coger y deshacer entre los dedos, era muy apreciada en las ciudades
palaciales de Creta y la península, que, a su vez, la exportaban como una
mercancía valiosa a otros puertos lejanos. La lana y los tejidos que se
inventariaban en las famosas tablillas de barro eran blanqueados con tierra
cimolia; la misma tierra, mezclada con vinagre de vino, se utilizaba para curar
inflamaciones en algunos órganos y pústulas de la piel; mezclándola, además,
con aceite, se obtenía un ungüento para aliviar los pies hinchados, que había
que dejar secar al sol y retirar, horas después, con agua de mar; y, por
último, disuelta en agua dulce, con un poco de vino, formaba un espumoso jabón
para lavarse, con el que, sin duda, se llenaron, un lejano día, aquellas elegantes
bañeras de cerámica de Cnosos y de Pilos: [asáminthos] las llaman las
tablillas, usando una palabra, para muchos pregriega, que Homero, sin embargo, utilizó
también en sus poemas.
Como ves, con sólo tirar de este
hilo-del ejemplo de esta humilde tierra arcillosa-, ya estamos hablando de
extracción mineral, de comercio, de navegación, de manufacturas textiles, de
elaboración de fármacos, de prácticas higiénicas sofisticadas y de refinamiento
cultural, muchos siglos antes de Homero. Nada de esto debiera sorprendernos si
tenemos en cuenta lo que fue, en su conjunto, el mundo del Egeo durante ese
segundo milenio antes de Cristo, y lo que fue, también, en tiempos anteriores.
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