Monsieur Proust, Céleste Albarete, p. 228
No voy a comentar las estupideces
que se han contado y han sido recogidas en un libro, y que tendrían más o menos
como escenario el establecimiento de Le Cuziat: una historia de ratas atravesadas
por espinas cuya agonía habría ido él a contemplar, y aquella según la cual
habría mostrado fotografías de su madre a los rufianes de la casa, para que se
burlaran de ellas y disfrutaran el placer del sacrilegio. ¿ Cómo se atreven a
publicar semejantes aberraciones? Monsieur Proust tenía desde siempre fobia a
las ratas, hasta el punto, me contó un día, de que ni siquiera podía soportar
su simple vista. Respecto a las fotografías de su madre, nunca salieron de los
cajones de la cómoda de su habitación, excepto cuando me pedía que las cogiera
para volver a verlas o para enseñármelas, siempre con amor y emoción. Por
último, nunca sacaba nada de casa, y, salvo sus comidas, sus utensilios de
aseo, su ropa, sus cuadernos y su portaplumas, nunca manipulaba nada con las
manos. Aunque parezca extraordinario, si pienso que me llamaba a mí para que le
diera cualquier cosa, por pequeña que fuera, la idea de que hubiera abierto un
pesado cajón para escoger determinadas fotos, meterlas en un sobre, y después
llevárselas y hacer las manipulaciones subsiguientes es completamente
impensable para alguien que le conociera como yo. La única cosa que sacó de su
casa fue azúcar, que me hizo preparar en un paquete para regalárselo a mi
cuñada, madame Lariviére, durante las restricciones de la guerra.
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