Monsieur Proust, Celéste Albaret, p. 293
Por supuesto, una de las cosas que más fascinaba a monsieur Proust en el personaje del conde era la particularidad de sus amores. Siguió y observó paso a paso, corno todo lo demás, el gran afecto que experimentaba Montesquiou por su secretario, Yturri, un sudamericano que ceceaba y llamaba a su jefe
«Moussou lé Comté». La historia
era la comidilla de todo París, y estoy segura de que monsieur Proust encontró
en ella una fuente inagotable para su barón de Charlus. A menudo me decía que
le caía bien Yturri y que no entendía por qué los amigos del conde se burlaban tanto
de su secretario, pues era un muchacho amable y muy entregado a su jefe, al que
sacaba de todos los problemas, sobre todo de los monetarios, que eran
frecuentes.
-Le mató aquella devoción -me
decía-. Cuando Yturri murió, poco después que mi madre, el mismo año 1905,
escribí una larga carta al conde para hacerle saber que comprendía y compartía su
dolor, pues, en el fondo, era un poco una madre lo que él había perdido. Yo le
decía en la carta: «Su duelo es el mismo que el mío».
Pero cuando, inmediatamente,
Montesquiou sustituyó a Yturri por otro secretario, Henri Pinard, todo terminó.
Monsieur Proust perdió interés por el conde: había extraído de él cuanto
necesitaba. Poco a poco, sus encuentros se fueron espaciando. La relación continuó
por correspondencia, pero era sobre todo el conde quien la continuaba.
La principal razón era
naturalmente que Montesquiou se reconocía en el barón de Charlus de los libros.
-La primera vez que creyó
reconocerse -me decía Monsieur Proust riendo- estaba como un león enjaulado.
Naturalmente también, monsieur
Proust le abrumó de explicaciones, y el conde se rindió a sus discursos.
-Al menos lo fingió -me dijo
monsieur Proust-. Además, se acostumbró -añadió, riendo.
Y me contó que ya Huysmans se
había servido de él para su personaje del duque Des Esseintes en su novela, A
rebours. Uno acaba por preguntarse si, en el fondo, Montesquiou no se sentía halagado.
Entre los argumentos de monsieur
Proust figuraba que el barón de Charlus era un hombre gordo, mientras que el
conde Robert era delgado como un fideo. Pero no creo que monsieur Proust llegara
a explicarle que había tomado la corpulencia de Charlus del barón Doasan, que
pertenecía también a «la raza maldita de los hombres-mujer, descendientes de
aquellos habitantes de Sodoma que escaparon al fuego celeste», como se dice en
el libro. Lo seguro es que la última visita de Montesquiou a Monsieur Proust
estuvo relacionada con el barón de Charlus.
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