Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PROUST AL FINAL


Monsieur Proust, Celéste Albaret, p. 399

Aquella noche del 17 al 18 de noviembre, me llamó a medianoche, para que me quedara a su lado, tal como le había dicho a su hermano.

Me recibió con una voz casi alegre:

-Pues bien, mi querida Céleste, usted va a sentarse aquí, en el sillón, y vamos a trabajar juntos.

Añadió:

-Si supero esta noche, probaré a los médicos que soy más fuerte que ellos. Pero hay que superarla. ¿Cree que lo conseguiré? «Naturalmente», protesté con toda sinceridad, pues estaba segura de que sí. Me inquietaba pensar que iba a cansarse todavía más, pero eso era todo.

Me instalé y no le dejé hasta horas después, por muy breves momentos. Primero hablamos un poco; después retomó las correcciones y los añadidos. Empezó su trabajo dictándome, hasta las dos de la madrugada. Yo no debía de ir muy aprisa, porque empezaba a sentirme agotada, y además hacía un frío terrible en la habitación. Yo estaba helada.

En determinado momento, me dijo:

-Creo que me canso más de dictar que de escribir, a causa de la respiración.

Cogió su pluma y siguió solo, durante más de una hora.

La imagen de las agujas en la esfera de su reloj se me quedó grabada en el momento en que la pluma dejó de deslizarse sobre el papel y él la soltó. Eran exactamente las tres y media de la mañana.

Me dijo:

-Estoy demasiado cansado. Paremos, Céleste. No puedo más. Pero quédese aquí.

Más tarde, el profesor Robert Proust me explicó que fue seguramente a esa hora cuando el absceso del pulmón reventó, y provocó una septicemia.

Monsieur Proust todavía me dijo: -¿No se olvidará de pegar los papeles en su lugar, Céleste? Sobre todo no lo olvide ... Es importante.

Me dio todas las indicaciones sobre los lugares exactos. Después repitió:

-¿Lo hará bien, verdad, Céleste? ¿No lo olvidará?

Yo respondí:

-Claro que no, monsieur, puede estar tranquilo. Ahora descanse. ¿Y si tomara algo caliente?

Se negó y me dijo, con esa mirada de afecto que no he visto en nadie más:

-Gracias mi querida Céleste


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