La serpiente emplumada; DH Lawrence, p. 107
¡México! ... Gran país, abrupto,
árido, salvaje. Con paisajes espléndidos donde, entre el destrozo y la ruina,
se conservan las iglesias con sus ábsides que parecen enormes tumores prontos a
reventar, con sus campanarios semejantes a pagodas de una raza legendaria. Ricas
iglesias que vigilan por encima de las chozas y los refugios de paja de los
indígenas, lo mismo que fantasmas que esperan ser aniquilados.
Y las nobles haciendas en ruinas,
con las avenidas devastadas que conducen a su antiguo esplendor.
Y las ciudades mexicanas, grandes
y pequeñas, que los españoles hicieron surgir de la nada; piedras que viven y
mueren con el espíritu que animó a los que les dieron forma: el espíritu de los
españoles desaparece de México y con él las piedras de los edificios. Los
indígenas se deslizan como sombras hasta el centro de las plazas, y los
edificios españoles continúan en pie en medio de una inenarrable desolación
solitaria y seca.
¡La raza vencida!. .. Cortés
llegó allí con su espuela de acero y con su voluntad férrea, en conquistador. Pero
una raza conquistada, a menos que se le injerte un nuevo ideal, va chupando
poco a poco la sangre de los conquistadores en el silencio de una noche
misteriosa y con voluntad tenaz y desesperada. Ahora la raza de los
conquistadores de México es blanda y sin médula, y sus hijos lloran con
desesperanza imposible. ¿Será consecuencia de la sombría negación del
continente?
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