La serpiente emplumada, DH Lawrence
Para ella aquellos criados eran
la representación genuina de los indígenas. Los hombres siempre juntos, hermosos,
erguidos, con sus grandes sombreros, con su impasibilidad de reptil. Las
mujeres aparte, suaves, envueltas en sus rebozos. Los hombres y las mujeres
siempre se volvían la espalda como si no quisieran enfrentarse. No coqueteaban,
no flirteaban, únicamente se advertía de cuando en cuando una mirada rápida de deseo.
Las mujeres, por lo general,
procuraban salirse siempre con la suya, dirigir y manejar a los hombres. Y
éstos no prestaban gran atención al manejo. Y siempre eran las mujeres las que
deseaban a los hombres. Las indígenas solían bañarse en un extremo de la playa,
con el pelo suelto y una camisa o una faldilla. Los hombres no se fijaban en
ellas. Ni siquiera dirigían la mirada a aquel rincón. No les importaban más que
si hubiesen sido unos animalitos que jugueteasen en el agua. Dejaban para las
mujeres una parte del lago en la que ellas disfrutaban de libertad y
aislamiento.
Las mujeres de los peones iban de
un lado para otro envueltas en los rebozos, balanceando las voluminosas faldas,
charlando como pájaros. O se sentaban junto al lago con el pelo suelto. O bien
paseaban lánguidamente con un cántaro en la cabeza y un brazo en alto
sosteniendo el asa. Tenían que acarrear el agua desde el lago a las casas
porque no la había canalizada en el pueblo. Los domingos por la tarde se solían
sentar a la puerta de la casa y se dedicaban a espulgarse unas a otras. Las bellezas más
lucidas, las que tenían el cabello más negro y más rizado, eran precisamente
las que se espulgaban con más cuidado. Parecía un verdadero rito.
Los hombres eran las figuras
preeminentes, los que dominaban. Por lo general se reunían en grupos, en
silencio o hablando pausadamente, siempre de pie o sentados lejos los unos de
los otros. No era raro ver apoyado en una esquina un hombre solitario envuelto
en su sarape y que se pasaba así horas y horas. También solía verse a algunos tumbados
en la playa como si las aguas del lago los hubieran echado allí. Impasibles,
inmóviles, sentábanse en los bancos de la plaza y no se dirigían la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario