Fin, KO Knausgard, p. 274
Eso ocurría con casi todo. Sabía
qué sofás emitían estas o aquellas señales, lo mismo ocurría con teteras y
tostadores, zapatillas de deporte y mochilas escolares. Incluso deberla saber
evaluar más o menos bien las tiendas de campaña, en relación con la clase de señales
que emitían. Estos conocimientos no estaban escritos en ninguna parte, y apenas
eran aceptados como tales, eran más bien una constatación del estado de las
cosas, y fluctuaban según las capas sociales, de manera que alguien que pertenecía
a la clase alta podia reprobar mis conocimientos y preferencias en cuanto a
sofás, de la misma manera que yo podia reprobar el gusto en sofás de personas
que pertenecían a grupos sociales más bajos que el mío, no menospreciándolas a ellas
como personas, porque eso jamás se me ocurriría, sino a sus sofás. A lo mejor
ni siquiera lo diría, ya que no quiero parecer prejuicioso, pero lo pensaría,
Dios mío, qué sofá tan horrible. Estos conocimientos de casi todas las marcas y
su importancia práctica y social eran enormes, y alguna que otra vez pensaba
que en la forma no diferlan mucho de los conocimientos que tenían los llamados
pueblos naturales en sus tiempos, que no sólo conocían el nombre de cada
planta, árbol o arbusto de su entorno, sino también sus propiedades y qué uso podían
darle, o esos conocimientos que poseían las personas de nuestra civilización hace
sólo unas generaciones, por ejemplo en el siglo XVIII, cuando la mayoria
también sabia el nombre de todas las plantas y árboles de su entorno, y el
nombre de todas las personas que vivían en su mismo pueblo, tanto de los vivos
de todas las familias como de los muertos de las últimas generaciones, y el
nombre de todos los lugares pequeños y grandes de las cercanías. Y obviamente
también conocían el nombre de las herramientas que empleaban, de las tareas que
les concernlan y de todos los animales y rodas las partes y órganos de los animales.
Estos conocimientos no eran nada sobre lo que pensaban, nada que exhibian,
porque no sabian que existían, tan íntimamente relacionados con ellos estaban.
Lo mismo ocurre con la enorme cantidad de conocimientos que poseemos, por
ejemplo, de la diferencia entre una mostaza fuerte o una mostaza suave, una
salchicha asada en la barbacoa o frita, una salchicha con queso dentro o con beicon
alrededor, pan o torrija, cebolla cruda o frita en la gasolinera, o sobre la diferencia
entre las distintas clases de mostaza de un supermercado, como mostaza francesa
tipo Dijon, la Colman's inglesa o la mostaza de Escania, por no mencionar los
vinos, culturalmente tan expresivos y socialmente tan saturados de significado.
Tampoco pensarnos en los conocimientos necesarios para pasar un día, no los
vemos, forman parte de nosotros, del ser que somos. Ése es nuestro mundo:
Blaupunkt, no anémona azul. Rammstein, no rábano. Rover, no roble.
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