La serpiente emplumada, DH Lawrence, p. 104
Los hombres del norte, derechos,
salvajes, morenos; los casi siempre degenerados del valle de México con la
cabeza metida por el centro del poncho; los grandes y fuertes de Tlascala
vendiendo helados, bollos y panecillos; los indios vivos como arañas, en
Oaxaca, los indígenas de la región de Veracruz con su tipo chino; los rostros
oscuros y los grandes ojos negros de los naturales de Sinaloa; los tipos
espléndidos de Jalisco con su manta roja echada sobre el hombro ...
Todos ellos de tribus diferentes
y de distinta lengua y tan extranjeros unos para otros como lo son entre sí los
franceses, los ingleses y los alemanes. ¡México!. .. No es en realidad el
embrión de una nación: de aquí el afán rabioso de nacionalismo de unos cuantos.
No es una raza.
Y sin embargo es un pueblo. Posee
cierta cualidad india común a todos. Lo mismo los individuos de blusa azul y
gran sombrero, de México, que los de hermosas piernas y pantalones ceñidos, o
los labradores de calzones blancos ... todos tienen algo misterioso que les es
común: el modo de andar cadencioso; el porte, las piernas separadas de la
cadera con la rodilla en alto, el paso menudo. El balanceo airoso del sombrero,
los hombros anchos con el sarape plegado como un manto real. Y la mayoría
hermosos, con la piel curtida suave y llena de vida, la cabeza bien colocada,
la cabellera negra que brilla como un rico plumaje, los grandes ojos
chispeantes que se fijan con expresión intrigada sin que se vea su pupila; su
sonrisa brusca, encantadora, siempre que se les haya sonreído antes, pero que
no les hace cambiar de actitud.
También debía recordar la gran
cantidad de individuos pequeños, con aspecto insignificante muchas veces,
algunos con costras de suciedad, que miraban con hostilidad seca y fría y que
andaban con pasos silenciosos, como sí fueran gatos. Individuos venenosos, flacos,
fríos, parecidos a escorpiones y tan peligrosos como ellos.
Y las caras verdaderamente
terribles de algunos tipos de la ciudad, tumefactas a consecuencia del veneno del
tequila y con los ojos un poco vidriosos y como sí mirasen a través de un velo
de maldad. En ninguna parte había encontrado rostros en los que se pintase el mal
con tanta claridad como los que se veían en México.
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