El principio de una corrida de toros
Era el domingo de Quasimodo y la última corrida de la temporada
en México. Para ella se habían llevado de España cuatro toros especiales, pues
los toros españoles son más bravos que los mexicanos. La altitud o el espíritu
del continente occidental deben de ser la causa de esta falta de fiereza de los
animales del país, como decía Owen.
Aunque Owen, socialista entusiasta, fuese enemigo de las
corridas de toros, dijo convencido:
-No hemos visto ninguna. Tenemos que ir.
-Sí, sí, tenemos que ir -asintió Kate.
-Es la última oportunidad para nosotros –añadió Owen.
Y se dirigió presuroso al sitio donde se vendían los billetes,
seguido de Kate. Al llegar a la calle, el corazón de ella comenzó a sentir como
si algo dentro de él se resistiese. Ni ella ni Owen hablaban mucho español. En
derredor de la taquilla reinaba una agitación especial y un individuo mal
encarado se adelantó hacia ellos para hablarles en inglés americano.
No cabía duda de que debían tomar billetes de sombra. Pero
querían economizar y Owen dijo que prefería estar entre la multitud. Por lo
tanto y a pesar de la resistencia del taquillero y de los concurrentes, tomaron
localidades reservadas de sol.
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