La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt, p. 128-129
Detrás de este caso común -hombres
interrumpiendo a mujeres- tiene que haber una serie de experiencias que se
convierten en expectativas, lo que algunos científicos llaman “antecedentes”,
lo suficientemente sólidas como para hacer que toda una persona desaparezca, al
menos un rato. Pero ¿cuáles son exactamente esos supuestos o ideas
inconscientes y qué relación podrían tener con leer literatura?
Otra anécdota personal ofrece una
respuesta o, por lo menos, una respuesta parcial. En una ocasión entrevisté al
escritor noruego Karl Ove Knausgard en Nueva York delante de una audiencia. Fue
poco después de la publicación en inglés del primer volumen de su enorme obra
autobiográfica Mi lucha. Como admiro el libro o, más bien, los libros, tanto en
noruego como en la excelente traducción al inglés (hasta ahora), estaba
encantada de entrevistar al autor. Había preparado unas preguntas y él las
respondió con sinceridad e inteligencia. Hacia el final de la charla le
pregunté por qué en un libro en el que había cientos de referencias a
escritores, sólo se mencionaba a una mujer: Julia Kristeva. ¿No había otras obras
escritas por una mujer que hubieran tenido alguna influencia sobre él como
escritor? ¿Había algún motivo que explicara esa omisión un tanto sorprendente?
¿Por qué no hablaba de alguna otra escritora?
La respuesta no se hizo esperar. “No
son competencia”.
Me desconcertó un tanto y, aunque
debería haberle pedido que se explicara, quedaba poco tiempo y no tuve
oportunidad de hacerlo. Sin embargo, he tenido en la cabeza la respuesta como
una melodía recurrente.”No son competencia.” No creo que Knausgard piense
realmente que Kristeva es la úníca mujer, viva o muerta, capaz de escribir o de
pensar bien. Eso sería absurdo. Más bien intuyo que para él competir,
literariamente o de otro modo, significa medir fuerzas con otros hombres. Las
mujeres, por brillantes que sean, simplemente no cuentan, con la posible
excepción de Kristeva, que da la casualidad de que sé que era muy popular
cuando Knausgard asistió a la Universidad de Bergen, y que tal vez por esa
razón se coló en su libro. Si hubiera vivido en otro lugar o en otra época,
Virginia Woolf o Simone Weil habrían podido ocupar la posición de “mujer
intelectual o escritora”. Knausgard no es el único que descarta a las mujeres
como competencia. De hecho, él tal vez sea más honesto que muchos escritores,
académicos y compañeros que no ven o no escuchan a una mujer porque no es
competencia. No creo que ésta sea la única razón para hacer desaparecer a las
mujeres de una sala o del campo más amplio de la literatura, pero es sin duda
una idea interesante que hay que abordar. ¿Es consciente Knausgard de una
actitud en la que otros hombres y mujeres creen implícitamente pero no quieren
o no se atreven a expresar?
En una entrevista para el
periódico inglés The Observer, Knausgard reconocía que de niño fue objeto de
burlas, lo llamaban jessie, afeminado, y admite que nunca se recobró de ello. “Yo
no hablo de sentimientos” dijo en la entrevista