David Bowie: Vidas, p. 363
DUNCAN JONES (CINEASTA): En
muchos aspectos fue una infancia increíble. Viajamos por todo el mundo e
hicimos cosas alucinantes. Recuerdo una vez que fuimos a ver un combate de sumo
en Jap6n y quedarme boquiabierto. Tuve acceso a cantidad de experiencias únicas
que muchas otras personas no llegan a vivir. Y atesoro esos recuerdos. Pero, a
menudo, también me limitaba a sentarme muerto de aburrimiento en el backstage
mientras él daba un concierto. Ya sabes, como cualquier otro crío cuando va a
ver a su padre al trabajo, da igual a lo que se dediquen. Yo lo que estaba
deseando era que se terminara el concierto para que pudiéramos volvernos a
casa. Oía el fragor que llegaba desde el auditorio, pero me quedaba la mayor
parte del tiempo zanganeando con los pipas y jugando con ellos. ¿Sabes esas
cajas blindadas en las que guardan el
equipo? Cajas enormes y gruesas de metal, forradas con gomaespuma. Bueno, pues
me metía en una de ellas y les pedía a los pipas que me empujaran, como si
fuera en un cochecito. Todas las noches, al marcharnos, recuerdo el guirigay:
la agitación de los guardias de seguridad que me llevaban apresuradamente hasta
el coche antes de que mi padre saliera por separado, para que no nos pudieran
sacar una foto juntos. La mujer que cuidaba de mí me cubría la cabeza con los
brazos para impedir que me retrataran. Ya sólo entrar en el coche para ir a
casa era todo un acontecimiento. Cuando mi padre rodaba una película era una
experiencia completamente opuesta. Era como ir a Disneylandia. Pude ver cómo se
construyen los decorados, cómo crean los maquillajes. En El ansia hay varias
escenas en las que mi padre aparece convertido en un anciano y recuerdo que me
acojoné vivo al verlo. También estuve con él mientras rodaba Dentro del
laberinto. Y recuerdo el espectacular decorado del Sobo de los años cincuenta
en Principiantes. Todo aquello me causó una profunda impresión.
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