Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA GUERRA CIVIL


Hacer la guerra, Simone Weil, p. 21

Por poner otro ejemplo, si alguien osa defender delante de un hombre de partido la idea de un armisticio en España, este responderá con indignación, si es de derechas, que hay que luchar hasta el final para imponer el orden y aplastar a los promotores de anarquía; responderá con no menos indignación, si es de izquierdas, que hay que luchar hasta el final por la libertad del pueblo, por el bienestar de las masas trabajadoras, por la aniquilación de los opresores y los explotadores. El primero olvida que ningún régimen político, del tipo que sea, acarrea desórdenes que puedan igualar ni de lejos a los de la guerra civil, con las destrucciones sistemáticas, las matanzas en serie en la línea de fuego, el menoscabo de la producción y los cientos de crímenes individuales cometidos a diario en los dos bandos debido a que cualquier canalla puede tener un fusil. El hombre de izquierdas, por su parte, olvida que, incluso en el bando de los suyos, las necesidades de la guerra civil, el estado de sitio, la militarización del frente y la retaguardia, el terror policial, la falta de límites para la arbitrariedad, la falta de garantías individuales, suprimen la libertad mucho más radicalmente que la subida al poder de un partido de extrema derecha; olvida que los gastos de guerra, las ruinas y el freno de la producción condenan al pueblo, y, por mucho tiempo, a privaciones mucho más crueles que las causadas por sus explotadores. Ambos, el hombre de derechas y el hombre de izquierdas, olvidan que largos meses de guerra civil han implantado poco a poco en cada bando un régimen casi idéntico. Cada uno de ellos ha perdido su ideal sin darse cuenta, sustituyéndolo por una entidad vacía; para cada uno de ellos la victoria de lo que aún sigue llamando su idea ya solo puede definirse como el exterminio del adversario; y cada uno de ellos, si le hablan de paz, responderá desdeñosamente con el argumento contundente, el argumento de Minerva en Homero, el argumento de Poincaré en 1917: «Los muertos no lo quieren».


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