Hacer la guerra, Simone Weil, p. 39
El verdadero héroe, el verdadero asunto, el centro de la llíada es la fuerza. La fuerza que ejercen los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la cual se retrae la carne de los hombres. El alma humana aparece aquí continuamente modificada por su relación con la fuerza, arrastrada, cegada por la fuerza de la que cree disponer, doblada bajo el yugo de la fuerza que soporta. Quienes habían soñado que la fuerza, gradas al progreso, ya pertenecía al pasado han podido ver en este poema un documento; quienes saben discernir la fuerza, hoy como ayer, en el centro de todas las historias humanas encuentran aquí el más bello, el más puro de los espejos.
La fuerza convierte en una cosa a
quien está sometido a ella. Cuando se ejerce a fondo convierte al hombre en una
cosa en el sentido más literal, porque le convierte en un cadáver. Había
alguien y, un momento después, ya no hay nadie. Es el cuadro que la Ilíada no
se cansa de presentarnos:
... los caballos
arrastraban con estrépito los carros vados por los caminos de
la guerra,
y añoraban a sus conductores sin tacha. Estos, en la tierra
yacían, a los buitres mucho más gratos que a sus esposas.
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