Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA PASION


Hacer la guerra, Simone Weil, p. 81

La tragedia ática, al menos la de Esquilo y la de Sófocles, es la verdadera continuación de la epopeya. La idea de justicia la ilumina sin intervenir nunca; la fuerza aparece con su fría dureza, siempre aompañada por los efectos funestos que no respetan ni a quien la ejerce ni a quien la padece; la humillación del alma acongojada no se oculta, tampoco se envuelve con piedad fácil ni se expone al desprecio; más de un ser herido por la degradación de la desgracia se nos presenta como admirable. El Evangelio es la última y maravillosa expresión del genio griego, lo mismo que la Ilíada es la primera. En él asoma el espíritu de Grecia no solo porque se ordena buscar, excluyendo cualquier otro bien, «el reino de la justicia de nuestro Padre celestial», sino también porque en él aparece la miseria humana en un ser divino y humano a la vez. Los relatos de la Pasión muestran que un espíritu divino, unido a la carne, es alterado por la desgracia, tiembla ante el sufrimiento y la muerte, se siente, en el colmo del desamparo, separado de los hombres y de Dios. El sentimiento de la miseria humana les confiere ese  acento de sencillez que es la marca del genio griego y el gran mérito de la tragedia ática y la Ilíada. Hay frases que suenan extrañamente parecidas a las de la epopeya, y el adolescente troyano enviado al Hades, aunque él no quería partir, nos trae a la memoria lo que Cristo le dice a Pedro: «Otro te atará y te llevará a donde no quieres ir». Este acento no puede separarse del pensamiento que inspira el Evangelio, porque el sentimiento de la miseria humana es una condición de la justicia y el amor.


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