Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PROUST


Alegría, Manuel Vilas, p. 280

«¿Qué religión tiene usted?», le preguntaban a Proust.

«Mi religión es el pasado», contestaba él.

Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, un barrio de París, y vivió cincuenta y un años, que hoy son muy pocos años. Tenía ojos grandes y bigote. Lo imagino mirándose al espejo. En el año 1905 murió su madre, a quien amaba profundamente. Ese fue un golpe del que nunca se recuperó. Fue la muerte de su madre la que desencadenó su gran obra, su enciclopédica En busca del tiempo perdido. También desencadenó su idea del recuerdo, porque la muerte de su madre le hizo ver que la vida necesita completarse con el recuerdo de la vida. Se dio cuenta de que solo había habido una persona en el mundo que mereciera toda su confianza, y esa fue su madre, a quien ninguna otra mujer o ningún otro ser humano. podría sustituir nunca. Eso es el fracaso: darte cuenta de que el amor incondicional es un hecho retrospectivo. Yo también me di cuenta de eso cuando murieron mi padre y mi madre. Se encerró en un cuarto parisiense, del que no salía, y se consagró a la fiesta del pasado. No soportaba los ruidos. Hizo colocar corchos en las paredes de su casa. Fue un pionero de la insonorización. No puede haber algo que yo entienda mejor que el de fijar corchos en las paredes para aislar el ruido. La búsqueda de la verdad es la misma que la del silencio absoluto. Me gustaría ver el día en que unos carpinteros entran en la vivienda de Proust con la tarea más rara de toda su vida: llenar las paredes de corcho. Nunca han hecho nada igual. Parece el trabajo más sencillo, porque los corchos no pesan como los ladrillos o la piedra o el mármol. Sin embargo, pronto advierten que el cliente es un perfeccionista, que los obliga a un cuidado obsesivo. El Arnold de Proust, como también fue el de Kafka, es el ruido.


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