La muerte de Alan podría
considerarse como un accidente dramático y excepcional. Sin embargo, no hubo accidente:
más de la mitad de los adolescentes trans y homosexuales dicen ser objeto de agresiones físicas y psíquicas
en el colegio. No hubo excepción: las cifras más altas de suicidio se registran
entre los adolescentes trans y homosexuales.
Pero ¿cómo es posible que el
colegio no fuera capaz de proteger a Alan de la violencia? Digámoslo
rápidamente: el colegio es la primera escuela de violencia de género y sexual. El
colegio no solo no pudo proteger a Alan, sino que además facilitó las
condiciones de su asesinato social.
El colegio es un campo de batalla
al que los niñxs son enviados con su cuerpo blando y su futuro en blanco como únicos
armamentos, un teatro de operaciones en el que se libra una guerra entre el
pasado y la esperanza. El colegio es una fábrica de machitos y de maricas, de
guapas y de gordas, de listos y de tarados. El colegio es el primer frente de
la guerra civil: el lugar en el que se aprende a decir «nosotros no somos como
ellas». El lugar en el que se marca a los vencedores y a los vencidos con un
signo que se acaba pareciendo a un rostro. El colegio es un ring en el que la
sangre se confunde con la tinta y en el que se recompensa al que sabe hacerlas
correr. Qué importa los idiomas que se enseñen allí si la única lengua que se
habla es la violencia secreta y sorda de la norma. Algunos como Alan, sin duda
los mejores, no sobreviven. No pueden unirse a esa guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario